AL MARGEN DE LA CRÓNICA - La Nación, agosto de 1967

CHAYA Y REGULARIDAD

Para los riojanos ir a Buenos Aires es un sueño. Que se acaricia desde la infancia y a veces se logra concretar, dolorosamente, en la adultez. Buenos Aires atrae con sus luces y sus promesas de trabajo fácil y bien remunerado. Cambiar esta estrechez, esta miseria punzante, por la fábrica, 'el centro', el 'yeísmo' y las 'erre' vibrantes, suelen ser, para algunos fuertes atractivos.
Pero volver de Buenos Aires a la tierra es una placer sazonado con lágrimas que sólo pueden gozar los que se han ido.
Únicamente así se entienden ciertas cosas, ciertos retornos. Los riojanos son 'volvedores', dicen los viejos. Y es verdad.
Y tan volvedores que empiezan por organizarse para levantar la Casa de La Rioja en Buenos Aires. La 'casa'... que es como decir la tierra, los padres, el hijo, el cerro... Y 'desde la casa' y 'por la casa', desde hace dos agostos, los riojanos por nacimiento y por adopción vienen en larga caravana automovilística, como alegres romeros, en busca del aliento, del aire, de la gracia y de la tierra, que les permitirán seguir viviendo.
Y se hace lo que ya está siendo tradición: la carrera de regularidad 'Del Plata al Famatina'. Hermoso nombre para una lealtad hecha vida.
Y aquí, en el segundo domingo de agosto, el domingo de San Francisco Solano, el domingo de la peregrinación a Las Padercitas, el domingo más riojano de todos, se los recibe con palmas, con bombas, con abrazos y con lágrimas.
Es que la parábola del hijo pródigo se cumple siempre, constantemente. Y comienzan los agasajos, los brindis, las excursiones y las fiestas.
Y tan alegres estamos todos por los que han vuelto, que le robamos la 'chaya' al carnaval veraniego y la ponemos en agosto.
Y la harina, el vino, la albahaca y el canto estallan y saltan en el Parque Yacampis y se extienden contagiosos por la ciudad, poniendo blancas las cabezas y los ojos encarnados. Todo, por los riojanos idos que han vuelto... por dos días. A tocar la tierra, a beberla en sus vinos lujuriosos y a anudar en sus gargantas el "grito ancestral de la vidala".

LA RIOJA ES MEJOR...
Un numeroso grupo de estudiantes riojanos esperaba en una esquina platense la llegada de un 'colectivo'. Ómnibus decimos aquí. De uno cualquiera. Del que fuera capaz de llevarlos de Gonnet al Centro. Y llegó uno blanquecino y salpicado por el barro de la lluvia reciente. Y con una cortinita sobre el parabrisas interior, en cuyo centro, primorosamente bordada, lucía una leyenda única: "El riojano".
Ver y preguntar fue una sola cosa. "¿Usted es riojano?".
"¿Sí, señor y Uds.?" Y el diálogo fraternal quedó entablado. Un riojano en La Plata, dueño de un ómnibus que diariamente cubría la línea Constitución - La Plata. Y preguntó. Por Aimogasta, su tierra. Por don Erasmo Herrera, su patrón de otros tiempos. Por sus parientes. Y el interrogatorio se hizo acuciante. "¿Conoce Ud. a éste y a aquellos otros? Son mis primos". Y daba un poco de pena recordarle que nosotros éramos riojanos capitalinos; que Aimogasta está a más de cien kilómetros.
Pero, ¿qué eran cien kilómetros comparados con su lejanía y su soledad?
Y así llegamos a La Plata y enfrentamos sus diagonales y comenzamos a andar por su damero matemático. Para nosotros, descender en 7 y 46 era, más o menos, como hacerlo en la mitad de la tabla de multiplicar, acostumbrados como estamos aquí a bajar de nuestros ómnibus frente a la Plaza, en la esquina del Colegio o de lo de Vicente Santacroce a la vuelta.
Lo cierto es que el riojano platense puso paz en nuestra aflicción. Yo les indicaré, señor. Y se calló. Para pensar... o tal vez para dejarnos ver o para oír nuestros comentarios sorprendidos. El encuentro concluyó con esta afirmación, que se le escapó desde lo más hondo del corazón: "¿Han visto? avenidas, diagonales, pero... La Rioja es mucho mejor..." Y la tonada le jugó una mala pasada y se le resbaló por medio de sus advenedizas erres tímidas.

Y EN GONNET

La presencia de una delegación riojana en el coqueto y aún no inaugurado Hospital San Roque, de Gonnet, era algo inusual. Pero allí estaba la algarabía de los jóvenes niños, dispuestos a mostrar que los riojanos, en La Plata, se sienten tan riojanos como en su casa. Y comenzaron ahí también los encuentros. "Mi madre es riojana" - nos confesó la diligente secretaria del director -. Y "yo soy de Vargas ¿conoce?" nos dijo una enfermera apresurada. "Yo... soy pariente de los Sotomayor" nos anotó una tercera, entusiasmada por encontrar algún familiar entre la delegación numerosa.
Esta es La Rioja. Dolorosamente extendida por el suelo patrio. Presente siempre, en todas partes. Cada día más ausente de donde debería estar: aquí.

PRÓCERES

En La Rioja, todos los próceres están de pie, en sus monumentos.
O a caballo. Así, San Martín galopa hacia el Velasco, desde la plaza principal; Castro Barros piensa en la 9 de Julio y una madre, en actitud de ofrenda, muestra triunfante a su hijo levantado en vilo, en la naciente placita del barrio Tres de Febrero.
Quizás por eso a los riojanos nos impresionó la cómoda postura de los próceres platenses. Allí están sentados. Hasta nuestro Don Joaquín se apoltrona en su sillón frente a la Universidad de sus desvelos.
Y en lo más recóndito de nuestros corazones, esto nos gusta. Porque, según dicen, si a un riojano se lo llama con la mano moviendo los dedos hacia adentro y con la palma hacia abajo, se sienta.
Hay que hacerlo al revés, para que venga.

Y DISCULPE...

Las mercedes reales, las tierras indivisas, son un problema que el Gobierno quiere solucionar. Su existencia traba el progreso, y ahuyenta la posibilidad de radicaciones. Herencia de los viejos tiempos. Del tiempo de los reyes españoles.
Problema que, por otra parte, preocupó siempre a los gobernantes riojanos. Y que nos trae el recuerdo de una anécdota.
Cuéntase que cuando era senador nacional el Dr. Héctor M. de la Fuente, éste conversaba animadamente con sus pares en una sala del Congreso, precisamente de esto, de las mercedes reales, del 'vinculado' y, ya en tren de chanza, de la supervivencia en La Rioja de títulos nobiliarios. En esto estaban cuando se presentó un ordenanza y le dijo al representante riojano: "Doctor, lo espera la marquesa de Ocampo, de La Rioja". Socarronamente, haciendo lugar su cigarro en la boca, dicen que el Dr. de la Fuente se levantó y atendió muy amablemente a su amiga y providencial enviada, doña Marquesa de Ocampo, que no tenía ningún título, a no ser el de riojana de ley.
Tal vez por ello siempre tienen vigencia dos bromas amables adjudicadas a los riojanos. Una dice que algunos riojanos, cuando les preguntan de dónde son, responden: "Y... riojano y disculpe". Otros, en cambio, como aquel soldado que se resistía a decir de dónde era, argumentan: "Bueno, no quiero decir de dónde soy... por no darme corte".
Así son los riojanos. Unos se fueron y tal vez, en lo más hondo de sus corazones, sientan la necesidad de pedir disculpas a su tierra por no haber sabido luchar por ella y en ella.
Otros, los que se quedaron o los que se fueron y vuelven, es posible que tengan la fuerza suficiente para hacerla resurgir, rica y altiva, como antes.
Todo es cuestión de que quieran empezar a darse corte.

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