HISTORIAS CON SON... - La Nación,febrero de 1967

SERENATAS

Antes eran frecuentes. Hoy, sólo la momentánea y contagiosa alegría de circunstancias especiales las hace recobrar vigencia. Quizás porque las serenatas, desde hace un tiempo, andan 'peleadas' con los agentes de policía.
Aquellas nacen súbitamente, de la emoción de un momento, de la necesidad de decir cantando lo que rebasa la posibilidad del diálogo...
Los agentes, en cambio, piensan que, para esas "manifestaciones del Corazón" hay que pedir previamente permiso. Y aquí se plantea la diferencia.
Pero así y todo, en las noches riojanas, que no son silenciosas como dicen algunas evocaciones porque hay muchos gallos, demasiados perros y no pocos altavoces trasnochadores, es posible todavía despertar con los aldabonazos de los serenateros, para escuchar, entre sueños, los rasguidos de guitarras maltratadas y los cantos quejumbrosos de enamorados trovadores.
Hay, sin embargo, excepciones. De vez en cuando vuelven a La Rioja 'sus cantores'. Aquellos que adquirieron renombre en la TV y en los escenarios porteños.
Y se juntan con sus amigos de antes y recuerdan... sus comienzos, sus corridas de adolescentes, sus escondidas simpatías.
Y el vino del reencuentro se mete en las guitarras y sale por las calles a cantar. Para los amigos, para alguna novia de antes, para la luna y las noches riojanas...
Entonces no hay gente que se atreva a poner fin a la serenata. Porque esa serenata es la serenata amorosa que duerme en el corazón y en los oídos de todos los riojanos.

REPIQUES

En junio y en diciembre las fiestas de San Nicolás ponen revuelo en el campanario de la Catedral.
Para repicar en esos días, hay que estar en el secreto.
Porque en La Rioja no se repica como en cualquier otra parte. Los repiques de los otros templos suelen ser broncos o cantarinos, solemnes o juguetones, pero siempre como una enorme mano tendida que nos va llevando hacia la tibieza de sus interiores.
En cambio, los repiques de la Catedral riojana son como una suelta de palomas, como un tamborilleo enloquecido. Ponen fuego en la sangre y cosquillas en las piernas, que se mueven al compás de su armonía, mezcla de cuecas y sones marciales.
Los repiques riojanos no invita, empujan... Cuando se los oye dan ganas de correr, de zapatear.
¿Será porque San Nicolás es un santo 'bien hombre', que hasta una trompada pegó alguna vez? Por lo menos, así dice la historia.

LA BANDA

Cuando los riojanos que hoy son grandes, eran chicos, vieron muchas veces, en los desfiles del 9 de Julio y en la parada militar del 25 de Mayo, unos rostros serios, impasibles, casi desdibujados por la sobra de sus gorras militares y prolongadas en el bronce de sus instrumentos.
Había, recuerdan, un tambor mayor gallardo que hacía la delicia de los niños con su vara florecida en flecos y un músico pequeño, sonrosado y regordete que marchaba siempre distanciado varios metros, detrás de la Banda y con una tuba enorme, la más grande de todas, que le envolvía el cuello como una fría bufanda sonora...
Era la banda del Regimiento 15, la única, la mejor de todas para el orgullo provinciano.
Pero un día un decreto hizo de varita mágica y surgió otra banda, la de la provincia. Con uniformes azules y blancos y gorras como de capitanes de barco. Y aparecieron las mismas caras, con los mismos instrumentos para seguir siendo el centro en los desfiles, en las retretas, en las procesiones...
En donde quiera que fuere los grandes los contemplan y recuerda... y los chicos marcan el compás con sus bracitos sin nostalgias.

ORIGINAL CONCIERTO Recordando a Daniel Moyano

Piano, viola, violín y violoncelo. El Cuarteto estable del Conservatorio de la provincia actuaba en Olta.
El auditorium se había improvisado en la pista de baile de un club. Desde un extremo, cobijados debajo de un árbol, los 'maestros' arremetieron y Mozart se expandió por sobre la concurrencia, la subyugó, la mantuvo silenciosa.
Terminado el concierto, varios de los concurrentes se arrimaron a los músicos con preguntas curiosas y tarareando entre dientes, las melodías de Mozart.
"Signo evidente de incontaminación", comentó con arrastrada tonada cordobesa el violinista del conjunto.
Y una anécdota. Para el concierto se necesitaba un piano. Y hubo que afinar el único que se ofrecía, con remilgos y sin martillos. De medio de las cuerdas se extrajo de todo. Hasta el retrato enmarcado de un antepasado del dueño del instrumento.
Durante el concierto, el feliz propietario se mantuvo como centinela junto al piano. Terminado el recital y devuelto a su sitio, levantó la tapa y con solemnidad, casi como en cumplimiento de un rito religioso, volvió a guardar dentro del piano el retrato de su venerado antecesor.

"SI LLAMA LA CAMPANA..."

En La Rioja, los colegios secundarios conservan una vieja costumbre: sus campanas 'llaman'.
A las 7:30, a las 14, de lunes a viernes el golpeteo monótono de los badajos escueleros avisa que hay clases.
Porque si las campanas callan, todos, aún los que viven lejos y no pueden oírlas, preguntan: "¿Por qué no llamó la campana, es feriado?".
Y tanto es así que, en cierta ocasión, los alumnos de un colegio se preguntaban con inusual insistencia: "¿Vendrás mañana a clase?", a lo que el interrogado, con indiferencia, respondía: "Y... si llama la campana..."
Y al día siguiente no fue nadie. Porque la campana no llamó. Le habían robado el badajo esa noche.
Aventuras de jóvenes que no se pueden contar, porque a lo mejor hoy, en vez de poner sonrisas, ponen sonrojos en respetables rostros ciudadanos.
Y entre esas campanitas, de tañido monótono, hay una con historia. La del Colegio Nacional.
Ubicada al tope de sus antiguos techos altos, 'llama' distinto, con tonos propios, con el ritmo que le impusieron los brazos cansados de los mayordomos de turno. Porque 'llamar' es privilegio de mayordomos.
'1890' dice la inscripción grabada en su borde interior. Según la historia fue traída desde Chile, a través de la Cordillera y a lomo de mula, para el Colegio, entonces nuevo, el que inauguró su actual edificio en 1903.
Quizás sea cierta esta historia. Merece serlo. Porque la campaña del Colegio está íntimamente unida a decenas de generaciones y sigue llamando y callando, porque si en vez de llamar se le diera por hablar, cuántas sabrosas historias contaría.




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