DE LA NUEVA RIOJA – La Nación, abril de 1968

377 AÑOS DESPUÉS

La visión fundadora de don Juan Ramírez de Velasco será otra vez memorada dentro de poco. Su nombre y sus hechos encenderán de nuevo el verbo de poetas y oradores y se reconstruirá la historia. Y los riojanos, afectivos por excelencia, sentiremos de nuevo en nuestras venas el bullir inquietante de la sangre hispana.
Quizás por ello valga la pena detenerse un instante a 377 años de la aventura germinal, para gozar de la concreción del sueño, para aceptar que lo que un hombre cree con pasión, es posible. Para agradecer quizás al soñador de Logroño, de la Vieja Rioja española, esta paz, este sol y este vino nuevo, pregustado por Don juan en la tierra y en el aire de ésta, su Nueva Rioja, la de Todos los Santos.

PITOS

Hace años, no vale la pena decir cuántos, los riojanos regían sus vidas por el estridente sonido de un pito. El de la Escuela de Artes y Oficios, aposentada entonces en una vieja casa céntrica de la calle Bartolomé Mitre. Con el ‘primer pito’ había que levantarse; con el segundo, partir a la escuela o algo parecido. Hasta que el progreso se llevó a la escuela a su nueva casa y, es claro, le dio vergüenza seguir llamando a sus alumnos.
A partir de entonces, los riojanos debimos empezar a mirar los relojes y a llegar tarde – o temprano – a nuestras tareas sin el pretexto consolador del ‘pito de Artes y Oficios’. Porque si este un día no sonaba toda La Rioja se dormía, detenía su ritmo, quedaba como paralizada. De nada valían las campanadas del reloj público o el tímido llamado de las campanitas escolares.
Y el silencio fue hasta ahora, en que la fiebre de las fábricas llegó a La Rioja, atraída por las excepciones impositivas y los créditos liberales.
Porque a una de ellas, que tiene empleados y hace zapatos, se le ocurrió dar las horas de entrada y salida con un estridente pito a vapor.
Que nos despierta quince minutos antes de las siete y nos obliga a levantarnos un cuarto de hora después.
Y entre pitadas, los riojanos nos pasamos la vida. El viejo pito de Artes y Oficios, marcó una época. El de hoy, otra, que se insinúa distinta, incontenible.

AUTOMÓVILES

Todo comenzó con el decreto que ‘exiliaba’ a los coches de plaza. Porque ese decreto, o más propiamente, esa ordenanza municipal, sin querer, pasó a convertirse en el hito que delimita La Rioja de ayer de la de hoy.
Los coches de plaza, con sus cocheros integrados a la intimidad de los riojanos – Mauricio, Diego, Bonifacio – tenían su centro operativo en la Plaza 25 de Mayo. Pero un día la invasión de los automóviles con relojes taxímetros, muñequitos colgados de los espejos retrovisores y colores estridentes, obligó a la Comuna a ubicarlos lejos, en los alrededores de la Plaza Sarmiento. En donde no se viera su pobreza y su pasado.
Y los autos se multiplicaron. Llenaron la plaza céntrica y sus cuadras aledañas. Obligaron a los agentes de policía a realizar cursillos para aprender las reglas del tránsito y La Rioja tranquila y eglógica, la de las calles con perfume de azahares, se convirtió en un pandemónium, en una Babel, en un solo bocinazo continuado y estridente, que no deja hablar ni pensar, ni mucho menos vivir al Intendente municipal de turno, responsabilizado por todos de esta increíble cantidad de automóviles que hay en La Rioja y de la estrechez de sus calles. Que, a ciertas horas, las hace ‘parecerse a Buenos Aires’, como dicen los que no conocen a Buenos Aires o los que no se convencen de que esta ciudad nuestra, como todas, crece y se ensancha.

ASFALTO

El asfalto es a las ciudades como los tónicos a los niños. Les ayuda a crecer. Y eso está pasando aquí.
Había unas calles remolonas, que querían morir a tres cuadras de la Plaza y sumergir su tierra en el Tajamar. O mejor, en la calle Ancha. Pero vinieron niveladoras, camiones y cuadrillas y las cubrieron con el manto negro del asfalto. Y la Joaquín V. González y la 24 de Mayo, desde la 8 de Diciembre al Norte, cambiaron y se engalanaron con pavimento y cordones y ya no las conocemos. O, por lo menos, caminamos una cuadra más sin polvo, hasta llegar, allende el río, a las polvorosas calles de Vargas.
Pero esto, comparado con lo que pasa en el barrio Tres de Febrero, no tiene casi importancia. Porque este barrio, de casas flamantes y coquetas, renunció a muchos de sus árboles callejeros, a veces a sus verjas y a sus veredas en desnivel, para entregar sus calles caprichosas al pavimento.
Y ahora, el barrio Tres de Febrero es otro barrio. Distinto. Desconocido. Casi hace falta recorrerlo de nuevo para ubicar parientes y conocidos.
El milagro del asfalto ha ensanchado a La Rioja. Ya no muere en el Bulevar o en la Avenida Juan F. Quiroga. Ahora hay que atravesar esos límites para encontrarla recién nacida, nueva, distinta.

PLATO VOLADOR

Se quiere construir un hotel casino en las Termas de Santa Teresita. Y para ello se llamó a licitación. Y, cumplidos los términos y abiertos los sobres, vino lo interesante. Lo que conmovió a toda La Rioja. Pues una firma proponía construir un hotel con casino, no en las Termas, sino aquí, en la Ciudad. Con todos los adelantos del confort moderno y en dos cuerpos de edificación. Uno habitacional. Y el otro… Bueno, el otro es el que suscitó la controversia y el agudo interés de todos. Porque el otro, el que tendrá dentro la sala de juegos, será en forma de un ‘plato volador’ asentado en tierra. De un enorme plato volador digno del más imaginativo autor de ciencia ficción.
Y es claro, ante circunstancia tan insólita, todos los riojanos se sintieron con derecho a adjudicar ‘por sí’ la licitación y hasta a dar ubicación al futuro hotel. Y más, los riojanos se dividieron en idealistas y materialistas, en promotores de las bellezas y bondades de la tierra o en simples amantes del juego. Y llevan y traen al casino y lo ubican a la entrada de la Ciudad – prácticos – o en las inmediaciones del Parque Llacampis – soñadores – o lo enclavan en los cerros de La Quebrada –poetas irredentos-.
Mientras tanto, en una conferencia de prensa, consultado el gobernador sobre tema tan quemante, con sonrisa socarrona y mirada picaresca, contestó a su interlocutor: “¿Y Ud. ¿dónde lo pondría?”. Y se fue.

Y LA OTRA CARA

Y mientras todo esto pasa y La Rioja se moderniza y se llena de televisores, de automóviles último modelo y de proyectos monumentales, un mulo, sí, un mulo, parece que ha resuelto complicarle la vida nada menos que a la Universidad Nacional de La Plata.
Porque a juzgar por un aviso insistentemente publicado en un diario local hasta no hace mucho, los encargados de Samay Huasi, en Chilecito, la casa de don Joaquín V. González – ahora propiedad de esta Universidad – han resuelto vender al mejor postor un mulo de su propiedad, por ‘arisco’… Exactamente eso decía el aviso.

Nosotros lo anotamos sin comentarios.

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