377 AÑOS DESPUÉS
La visión fundadora de don Juan Ramírez de Velasco será otra
vez memorada dentro de poco. Su nombre y sus hechos encenderán de nuevo el
verbo de poetas y oradores y se reconstruirá la historia. Y los riojanos,
afectivos por excelencia, sentiremos de nuevo en nuestras venas el bullir
inquietante de la sangre hispana.
Quizás por ello valga la pena detenerse un instante a 377
años de la aventura germinal, para gozar de la concreción del sueño, para
aceptar que lo que un hombre cree con pasión, es posible. Para agradecer quizás
al soñador de Logroño, de la Vieja Rioja española, esta paz, este sol y este
vino nuevo, pregustado por Don juan en la tierra y en el aire de ésta, su Nueva
Rioja, la de Todos los Santos.
PITOS
Hace años, no vale la pena decir cuántos, los riojanos
regían sus vidas por el estridente sonido de un pito. El de la Escuela de Artes
y Oficios, aposentada entonces en una vieja casa céntrica de la calle Bartolomé
Mitre. Con el ‘primer pito’ había que levantarse; con el segundo, partir a la
escuela o algo parecido. Hasta que el progreso se llevó a la escuela a su nueva
casa y, es claro, le dio vergüenza seguir llamando a sus alumnos.
A partir de entonces, los riojanos debimos empezar a mirar
los relojes y a llegar tarde – o temprano – a nuestras tareas sin el pretexto
consolador del ‘pito de Artes y Oficios’. Porque si este un día no sonaba toda
La Rioja se dormía, detenía su ritmo, quedaba como paralizada. De nada valían
las campanadas del reloj público o el tímido llamado de las campanitas
escolares.
Y el silencio fue hasta ahora, en que la fiebre de las
fábricas llegó a La Rioja, atraída por las excepciones impositivas y los
créditos liberales.
Porque a una de ellas, que tiene empleados y hace zapatos,
se le ocurrió dar las horas de entrada y salida con un estridente pito a vapor.
Que nos despierta quince minutos antes de las siete y nos
obliga a levantarnos un cuarto de hora después.
Y entre pitadas, los riojanos nos pasamos la vida. El viejo
pito de Artes y Oficios, marcó una época. El de hoy, otra, que se insinúa
distinta, incontenible.
AUTOMÓVILES
Todo comenzó con el decreto que ‘exiliaba’ a los coches de
plaza. Porque ese decreto, o más propiamente, esa ordenanza municipal, sin
querer, pasó a convertirse en el hito que delimita La Rioja de ayer de la de
hoy.
Los coches de plaza, con sus cocheros integrados a la
intimidad de los riojanos – Mauricio, Diego, Bonifacio – tenían su centro
operativo en la Plaza 25 de Mayo. Pero un día la invasión de los automóviles
con relojes taxímetros, muñequitos colgados de los espejos retrovisores y
colores estridentes, obligó a la Comuna a ubicarlos lejos, en los alrededores
de la Plaza Sarmiento. En donde no se viera su pobreza y su pasado.
Y los autos se multiplicaron. Llenaron la plaza céntrica y
sus cuadras aledañas. Obligaron a los agentes de policía a realizar cursillos
para aprender las reglas del tránsito y La Rioja tranquila y eglógica, la de
las calles con perfume de azahares, se convirtió en un pandemónium, en una
Babel, en un solo bocinazo continuado y estridente, que no deja hablar ni
pensar, ni mucho menos vivir al Intendente municipal de turno, responsabilizado
por todos de esta increíble cantidad de automóviles que hay en La Rioja y de la
estrechez de sus calles. Que, a ciertas horas, las hace ‘parecerse a Buenos
Aires’, como dicen los que no conocen a Buenos Aires o los que no se convencen
de que esta ciudad nuestra, como todas, crece y se ensancha.
ASFALTO
El asfalto es a las ciudades como los tónicos a los niños.
Les ayuda a crecer. Y eso está pasando aquí.
Había unas calles remolonas, que querían morir a tres
cuadras de la Plaza y sumergir su tierra en el Tajamar. O mejor, en la calle
Ancha. Pero vinieron niveladoras, camiones y cuadrillas y las cubrieron con el
manto negro del asfalto. Y la Joaquín V. González y la 24 de Mayo, desde la 8
de Diciembre al Norte, cambiaron y se engalanaron con pavimento y cordones y ya
no las conocemos. O, por lo menos, caminamos una cuadra más sin polvo, hasta
llegar, allende el río, a las polvorosas calles de Vargas.
Pero esto, comparado con lo que pasa en el barrio Tres de
Febrero, no tiene casi importancia. Porque este barrio, de casas flamantes y
coquetas, renunció a muchos de sus árboles callejeros, a veces a sus verjas y a
sus veredas en desnivel, para entregar sus calles caprichosas al pavimento.
Y ahora, el barrio Tres de Febrero es otro barrio. Distinto.
Desconocido. Casi hace falta recorrerlo de nuevo para ubicar parientes y
conocidos.
El milagro del asfalto ha ensanchado a La Rioja. Ya no muere
en el Bulevar o en la Avenida Juan F. Quiroga. Ahora hay que atravesar esos
límites para encontrarla recién nacida, nueva, distinta.
PLATO VOLADOR
Se quiere construir un hotel casino en las Termas de Santa
Teresita. Y para ello se llamó a licitación. Y, cumplidos los términos y
abiertos los sobres, vino lo interesante. Lo que conmovió a toda La Rioja. Pues
una firma proponía construir un hotel con casino, no en las Termas, sino aquí,
en la Ciudad. Con todos los adelantos del confort moderno y en dos cuerpos de
edificación. Uno habitacional. Y el otro… Bueno, el otro es el que suscitó la
controversia y el agudo interés de todos. Porque el otro, el que tendrá dentro la
sala de juegos, será en forma de un ‘plato volador’ asentado en tierra. De un
enorme plato volador digno del más imaginativo autor de ciencia ficción.
Y es claro, ante circunstancia tan insólita, todos los
riojanos se sintieron con derecho a adjudicar ‘por sí’ la licitación y hasta a
dar ubicación al futuro hotel. Y más, los riojanos se dividieron en idealistas
y materialistas, en promotores de las bellezas y bondades de la tierra o en
simples amantes del juego. Y llevan y traen al casino y lo ubican a la entrada
de la Ciudad – prácticos – o en las inmediaciones del Parque Llacampis –
soñadores – o lo enclavan en los cerros de La Quebrada –poetas irredentos-.
Mientras tanto, en una conferencia de prensa, consultado el
gobernador sobre tema tan quemante, con sonrisa socarrona y mirada picaresca,
contestó a su interlocutor: “¿Y Ud. ¿dónde lo pondría?”. Y se fue.
Y LA OTRA CARA
Y mientras todo esto pasa y La Rioja se moderniza y se llena
de televisores, de automóviles último modelo y de proyectos monumentales, un
mulo, sí, un mulo, parece que ha resuelto complicarle la vida nada menos que a
la Universidad Nacional de La Plata.
Porque a juzgar por un aviso insistentemente publicado en un
diario local hasta no hace mucho, los encargados de Samay Huasi, en Chilecito,
la casa de don Joaquín V. González – ahora propiedad de esta Universidad – han resuelto
vender al mejor postor un mulo de su propiedad, por ‘arisco’… Exactamente eso
decía el aviso.
Nosotros lo anotamos sin comentarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario