Y LA LUZ SE HIZO... - La Nación

ANTES

A sólo tres cuadras de la plaza principal, precisamente donde hoy está la Plaza Sarmiento - parque le dicen los riojanos - estaba la cancha de fútbol. Una manzana desierta que todos los domingos se elevaba en nubes de polvo blanquecino, rodeada por una alambrada llena de agujeros lo suficientemente grandes como para que, por ellos, se 'filtraran' todos los chicos de la Ciudad.
En ese cuadrado céntrico, circunvalado por policías de a caballo más interesados en mirar el partido, cómodamente instalados en su atalaya viviente, que en los niños que no pagaban boletos, se hizo famoso el 'Firpo' y sus jugadores, el Dr. Gustavo Castellanos, el Prof. Juan Carlos Gómz y muchos más.
¿Se podrá recordar esto así, simplemente, sin pintar una sonrisa socarrona en labios de nietos o algún escondido brillo de lágrimas debajo de muchos anteojos doctorales?.

DESPUÉS

Después, el progreso puso flores, estatuas y una fuente donde antes hubo gritos, puntapiés y colores defendidos a punta de corazón.
Y en una de esas nubes de polvo blanco, la 'Cancha Oficial' se fue al barrio del Vivero Nacional. A echar pelotas al viento frente mismo a los olivos padres, de hojas de plata, y al Canal de las historias riojanas.
Y la alambrada se reemplazó por un muro de cemento, con mástiles enhiestos y portón de hierro.
Se ganó en seguridad, pero la cancha perdió en vida. Porque el hierro y el cemento ahuyentaron las bandadas de niños retozones que entraban reptando por brechas y escondrijos, para reemplazarlas por filas disciplinadas de adultos que pagan.
Y los agentes de policía debieron 'salir de órbita' para poner látigo en mano - orden en esas filas bullangueras.

Y AHORA

El mundo de hoy nos tiene acostumbrados a lo inverosímil. Y tanto que quizás nadie se extrañe si decimos que el fútbol cambió en La Rioja por obra y gracia de la Filosofía.
Resulta difícil de aceptar. Pero es la verdad.
Porque un día, a un prestigioso profesor de Filosofía, para quien "nada de lo humano le era indiferente", se le ocurrió cambiar los silogismos por las obras y en el nuevo estadio - que ya no cancha - de fútbol de Vargas, reemplazó el polvo blanquecino por el verde mullido del césped y la oscuridad estrellada de las noches riojanas, por potentes reflectores.
"Y la luz se hizo..." Por primera vez en la historia del fútbol riojano.
Y lo que fue polvo de tierra blanquecina hace no más de treinta años, gracias al 'fiat lux' del profesor Carlos Augusto Mercado Luna, se convirtió en polvo de luz blanca. Tan blanca, que todavía los riojanos no se animan mucho a concurrir de noche a su nuevo estadio.
¿Temerán encandilarse y no poder encontrar, luego, el camino de sus casas...?

AVIONES

Y también, hace no más de treinta años, la llegada de una avión o aeroplano - como se llamaban entonces - producía en La Rioja una conmoción.
El descenso debía producirse en 'la cancha de aviación'. Un campo con prestigio de desierto que nacía más allá de la Cárcel Penitenciaría y terminaba en algún zanjón caprichoso, cavado por torrentes estivales.
Y hacia allí corrían los riojanos, bulevar arriba, para presenciar el aterrizaje de Myriam Steford, de Carola Lorenzini o de algún aparato militar. Doce, quince cuadras desde el Centro, en bicicletas, en coches de a caballo, a pie... para tomar un baño de tierra, ver descender al piloto con gafas y pasamontañas y a los soldados del Regimiento 15, atando al avión para que no se lo llevara el viento. Custodiándolo con fusiles al hombro.
¿Hangares, pistas pavimentadas, balizas...? Estas y otras palabras eran desconocidas en el medio y en el tiempo.
Pero también aquí llegó el progreso. Y sin miramientos plantó, donde antes había aviones, un Hogar Escuela y un Centro de Educación Física. Y aventó a la 'cancha' y se la llevó lejos, al Este de la ciudad y le cambió el nombre. La 'cancha de aviación' es ahora 'aeropuerto' y tiene torres y balizas y pistas que claman para que las pavimenten.
Y un camino solitario por el que los riojanos de ahora no corren para ver llegar o partir los aviones, sino para "descubrir el amor", como dice el anónimo romance español.
Y la vieja cancha, frutecida en edificios majestuosos y divida en dos por la Avda. Ortíz de Ocampo, ve que en ella la "luz también se hizo" al tope de las columnas de iluminación a gas de mercurio.

GAS DE MERCURIO

El anochecer riojano solía vestirse de decenas de foquitos de luz amarillenta. Tan amarillenta y mortecina que ponía miradas escudriñadoras en los rostros y tristeza en las almas.
Era la 'luz' que nos daba la 'usina' de la calle Rivadavia, una usina céntrica y ruidosa que, vecina del ferrocarril, ponía temblores en los pisos adyacentes y actitudes de mimos en los que pretendían conversar a su vera.
Pero un buen día la 'usina' se fue junto a Los Filtros y desde allí, pujante, comenzó a enviar luces blancas, distintas, emparejadoras de colores. Y los tubos fluorescentes primero y las bombillas a gas de mercurio después, hicieron su aparición en La Rioja.
Primero fueron los comerciantes. 'Vía blanca' se llamó a una cuadra de la calle Bmé. Mitre, techada por largos y parpadeantes tubos fluorescentes. 'Vía Central' se bautizó a su contrincante y paralela, la Pelagio B. Luna, adornada, como árbol de Navidad, por pomposos artefactos a fas de mercurio.
Y luego fueron las plazas con sus columnas altas y plateadas, ahuyentadoras de enamorados, las que se convirtieron en fríos remansos de luz blanca. Y todo un barrio, el Shincal; y el Bulevar y pedacitos de las calles Rivadavia, Dorrego, la Güemes, se le fueron sumando.
Luz a gas de mercurio por todas partes, congelando intimidades, guardando hamacas de riojanos veraneantes en veredas, juntando fétidos 'champis' y desdibujando rostros...

OJOS VERDES

Cuando de noche se regresa a la ciudad por el camino que viene de Catamarca, desde muy lejos se ven sus luces. La Rioja, entonces, se hace desear, se pone esquiva y distante. Para poseerla es menester reverenciarla y, para ello, una decena de badenes profundos obligan al viajero a bajar la cabeza en actitud de respeto sentido.
Pero entre todas las luces apenas perceptibles, dos se destacan como inmensos ojos verdes, en la negrura de la noche.
Quienes los conocen saben que pertenecen a la Estación del Ferrocarril Belgrano.
Pero esto es vulgar.
Mejor es pensar, simplemente, que esta Rioja, sufrida y morena, tiene, de noche, los ojos verdes.
Porque, según dicen, verde es el color de la esperanza. Lo único que nos queda como razón para seguir existiendo.

LETREROS

Hasta no hace mucho los riojanos nos quedábamos embobados frente a cada cartel luminoso que surgía. De esos que se prenden y se apagan rítmicamente y que sirven para poner relámpagos de luz en las calles y comentarios vivaces en los preocupados porque La Rioja deje de ser La Rioja, para parecerse a cualquier otra ciudad menos a ella misma.
Y así llegaron los letreros pretenciosos... y los juguetones... y los multicolores... y los belicosos, los que, con su sola presencia blanca, clavan la duda en los transeúntes.
Estos carteles, blancos e insolentes, tienen a su tope una leyenda chiquita con el nombre del negocio que lo recibió en obsequio. y debajo, con letras muy grandes, un mandato, una orden. Todos los riojanos debemos beber lo que dice el cartel que bebamos.
¿Y la lucha? La lucha es saber si, por ser riojanos cabales, debemos permanecer fieles a las gaseosas que se fabrican en Chamical o adaptar nuestros gustos a un sabor conocido y universal.
Los carteles lo dirán.


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