ESTANQUES
Estos 42… 45 grados que nos agobian, que nos hacen buscar
‘sombritas’ y tratar de ‘disparar’ de La Rioja, como aquí se dice, son también
propicios para rescatar del olvido a los únicos sitios que, treinta años atrás,
eran refugio y solaz de los riojanos jóvenes. Para esos mismos riojanos que,
hoy en la adultez y al volante de sus automóviles, corren hacia Mar del Plata,
acercada por el pavimento, o hasta nuestras vecinas y atractivas sierras de
Córdoba, siempre dispuestas a darnos su frescura y su belleza.
Pero antes, cuando en La Rioja no se vendían mallas, cuando
ir a las playas atlánticas era un sueño inalcanzable y tostarse al sol una
preocupación que a nadie preocupaba, dos estanques, el de la Chacra
Experimental, también llamado ‘del Vivero’, y el de Catalán, atraían con la
frescura de sus aguas turbias.
Y hacia ellos se organizaban verdaderas travesías… Porque
quedaban lejos, porque había que visitarlos al amparo de las siestas
calcinantes del verano y, sobre todo, porque bañarse en ellos significaba
poseer lo prohibido, realizar lo vedado y zambullirse y nadar con las zapatillas
y la ropa escasa hechas un atado, listos para echar a correr descalzos, por
entre espinas y alambrados. Que también entonces existían guardianes con
vocación de duendes, que velaban las aguas por las siestas, olvidados de que a
esas horas el agua y el baño no tienen dueños.
Son del calor y de los niños que juegan y nadan en ellas.
EL BALNEARIO
Hoy, la búsqueda del agua comienza en el Balneario
Municipal. Una ancha pileta con piso y con sauces, que la visión de un
intendente sagaz extendió sobre el lecho del río. O mejor, del arroyuelo que
juguetea por entre los cerros de la Quebrada. Que nace en el dique y se pierde
en los tubos subterráneos de La Parrilla.
Y hacia ese balneario nuestro, cercado por cerros esbeltos,
dueños de una brisa siempre presente, La Rioja entera se vuelca a toda hora.
Desde la mañana hasta la noche. En automóviles, en motocicletas, en el
‘Trencito’…
Ir al balneario es hacerle una travesura al verano, mofarse
de él, dejarlo de lado.
Y el verano, a veces, se cobra la cuenta, secando el lecho
del río o poniendo zozobra en cada una de las curvas del angosto y zigzagueante
camino que hay que andar para llegar al agua.
Y LAS PILETAS
En La Rioja hay dos. La del Parque Llacampis y la del Club
Amistad. Y para cada una un público y una respuesta.
La del Llacampis - o
Yacampis – es una pileta estatal, que se llena y se usa cuando finaliza un
expediente referido a la posibilidad o imposibilidad de ponerle agua. O cuando
el consabido concurso de oferentes para su cantina pone a su vera venta de
gaseosas y emparedados diurnos y bailes nocturnos.
Pero es enorme, cercana y abierta para todos.
La del Club Amistad, en cambio, con sus aguas azuladas, su
trampolín y su ubicación céntrica, es algo así como ‘la perla’ de los
natatorios riojanos. Visitada por niños y jóvenes, con profesores y con
comisiones directivas preocupadas, pone en las calles riojanas un desfile
permanente de chicas y muchachos con mallas al hombro, cabellos mojados pegados
a los pómulos y tersas pieles doradas por el sol.
Y quedan las piletas de La Quebrada. Las familiares. Las
reducidas al ámbito pequeño del hogar, permanentemente agrandado en verano por
parientes y amigos que van en procura de agua.
Piletas ‘a manguera’ que hacen de La Quebrada una delicia y
que le quitan el sueño a los responsables de Obras Sanitarias de la Nación.
Aunque ellos también, cuando nadie los ve, se zambullen, nadan y se ríen.
Olvidados de los medidores, de la sequía y de todas esas cosas que son ciertas,
tan ciertas como esta maravillosa posibilidad de mojarnos cuando,
despiadadamente, se nos dice que la máxima fue de 42… 45 grados.
SANAGASTA
Siempre se llamó Sanagasta. Alguna vez, por decisión
oficial, Villa Bustos. Y ahora, de nuevo Sanagasta, por imperio de la ley.
Esta Sanagasta, escondida en su valle de vinos con cuerpo,
frutas abundantes y cerros con leyendas, era villa de veraneo.
Hacia ella se trasladaban en el estío tradicionales familias
riojanas. Y alquilar una casa en Sanagasta significaba algo así como sacar
patente de veraneante.
Así era hasta el año pasado. Nos preguntamos qué pasará
ahora, con su acceso pavimentado y su pileta de natación enorme y en forma de
‘z’, dispuesta a brindarse al público cualquier día de verano.
Una pileta que también se llamará ‘balneario’ y que se construye,
según nos dijeron, por inquietud de un intendente paternal. Tan paternal que,
cuando visitamos la villa y preguntamos: ¿quién construye esta pileta? Nos
respondieron “Papá”.
Y cuando creíamos encontrarnos ante una nueva versión de
‘Fuenteovejuna’, nos enteramos de que al intendente le llaman precisamente así:
“Papá”.
Sanagasta, como La Quebrada de Los Sauces, ¿también
soportará, a partir de ahora, la ‘invasión’ de motociclistas ruidosos, de
caravanas de jóvenes con ropas llamativas y gritos estridentes, de gente y más
gente que se apropia de todo, no mira, no aprecia, no goza?
Pobre Sanagasta, la de la Virgencita Morena y la del Indio
Panta, también ella, ahora entrará en la vorágine de los ‘balnearios’.
HUACO
A menos de 50 kms. de la ciudad comienza a trepar el cerro
la Cuesta de Huaco.
Después de la Cuestecilla de Sanagasta, de la Vista Larga y
de Los Cajones. Porque a los badenes de esta ruta, larga y recta que lleva a la
Costa, la falta de imaginación de algún anónimo nombrador los bautizó así, Cajones.
Y justamente allí y hacia la izquierda, hay una picada con
ansias de camino que se zambulle en el único río cierto que tienen los riojanos
de aquí, el de Huaco.
Hay que ser ‘baqueano’ para encontrar la entrada. Y estar
muy decididos al rato de ‘huelga y baño’, para atreverse a ‘largar’ el
automóvil por ese camino, que más que esto es una dura prueba para neumáticos y
elásticos.
Pero se llega. Y la verdad es que Huaco bien vale – no una
misa, como París – sino una pinchadura o un reventón.
Porque Huaco es un río de aguas cristalinas, limpísimas, con
arenas y piedras multicolores, con cascadas, con enormes rocas cavadas, con
cardones florecidos y con fresco. Con un fresco tiritante en las mañanas más
cálidas y con tibieza acogedora después de la siesta.
Quizás no valga la pena arreglar el camino de acceso. Tal
vez convenga mantener la agresividad de las espinas, el miedo a las zanjas, el
brinco por las piedras…
Porque el día que Huaco deje de ser el único río de los
riojanos, ese día, también él se llenará de gentes despreocupadas que sembrarán
de botellas y latas sus márgenes y que desnudarán sus cardones, porque sus
flores, cuando caen heridas por la piedra, lo hacen dando tumbos. Y eso, les
resulta gracioso…
No hay comentarios:
Publicar un comentario