EL CINCEL DEL VIENTO - La Nación, julio de 1967

PAISAJE EN ROJO

Hasta Patquía los riojanos viajamos con sensación de fuga. Parece que nos vamos cuesta abajo. Para zambullirnos en el bullicio y en la tonada de los cordobeses. Herencia quizás, pues desde siempre la suerte y la vida nos ató a Córdoba. Primero fuimos sus sufragáneos espirituales, después sus proveedores de universitarios y ahora sus compañeros de regionalidad.
Y también en Patquía el camino pavimentado se abre en una inmensa 'Y'. Hacia la izquierda, Córdoba... Hacia la derecha, Chilecito, el Oeste, la Cordillera... Hay que hacer un acto de voluntad para hundirnos en lo nuestro. Y el camino de la derecha nos lleva, raudamente, a un paisaje de ensueño, con castillos, torres, fortalezas... A una ciudad perdida en continuo hacerse y deshacerse, cuyos fundadores, el viento y el agua, no descansan. A una ciudad en permanente amanecer rosado.
Allí, todo es rojo: el camino, los cerros, los vados y las cumbres. Rojo, salpicado por el verde tímido de las jarillas, erizado en mil cardones y con uno que otro lunarcito blanco de salinas arreboladas.
Alguien, con acierto, los bautizó alguna vez con el nombre de Los Mogotes Colorados.
Es claro que el diccionario y el viento no se conocen y entonces estos  "montículos aislados, de forma cónica y rematados en punta roma" se convierten en cabezas de gigantes, en remedos fabulosos de animales primitivos, en fortalezas medievales. En síntesis, en todo aquello extraordinario que Dios puso en la tierra para gimnasia de nuestra imaginación.

Y DESPUÉS EL MAR

Un mar de arena con piedras y badenes, que se encrespa en olas traicioneras. Un mar constantemente removido por camiones y máquinas niveladoras. Un mar, en fin, en el que los automóviles no ruedan sino rolan, como frágiles barcos alocados.
Camino ancho, de polvo y arena, que nace en Los Mogotes y muere en Nonogasta. Camino gris, con jarillas a su vera, quemadas por el tren. Y con el cerro de Vilgo corriendo a su lado como enorme ola azul.
Los Colorados, Catinzaco y Vichigasta son los puertos anhelados en esta ruta de arena y de piedras, próxima a desaparecer, porque un camino con asfalto, que nace también en Los Mogotes, nos llevará a Chilecito en un 'sántiamen' como nos dijo un comprovinciano bien riojano, desplazando el acento de la 'e' a la primera 'a'.
Cuando aquél exista, los chileciteños ¿querrán ser riojanos?. O continuarán contestando como ahora, cuando se los interroga: "¿Usted es riojano?. No, señor, de Chilecito".

LA CUEVA DEL CHACHO

Precisamente en Los Mogotes existe un lugar llamado 'La Cueva del Chacho' en donde, según la leyenda, Angel Vicente Peñaloza se "escondía" cuando era perseguido por sus enemigos o antes de atacarlos.
Grata leyenda al corazón de los riojanos la de esta cuevita cavada en el cerro montonero y por la que se puede pasar si somos muy delgados y estamos entrenados en los "cuerpo a tierra".
Si el Chacho estuvo o no por estos lares, es cosa que debe averiguar la historia. Probablemente sí, pues queda de paso a Los llanos. Lo que sería bueno que averiguáramos nosotros es qué secreto atavismo se esconde en lo profundo de ciertos turistas que sienten placer en escribir y destruir los murallones del cerro, con leyendas.
Leyendas comerciales unas, enigmáticas otras, como las que acostumbran consignar los dueños de ómnibus en viajes de 'asentamiento': "L.10,C.102" y bobadas, las más, de gente que quiere pasar a la historia, no peleando como El Chacho, sino escribiendo sus nombres en las rocas.

LA PERLA DEL FAMATINA

A un chileciteño 'esencial' le preguntamos cómo denominaría a su ciudad. Y sin esperar a que le diéramos razones, nos espetó: "La Perla del Famatina". Metáfora no muy original, por cierto, pero reveladora de una verdad. Porque Chilecito es precisamente eso, una perla inmensa, engarzada entre dos cerros colosales, el Famatina y el Velasco, y abrazada por un cinturón de cerritos bajos, dadores de paisajes y sorpresas.
Allí fuimos, "sin papel y sin lápiz y en busca de cuadros..." Mientras los recorríamos esta frase de Rubén nos daba vueltas en la cabeza y se nos salía de los labios.
Y por cierto que los encontramos. Desde que paramos en la estación de servicios de YPF, a la entrada del pueblo y después de mucho saltar en los badenes juguetones de los veinte kilómetros previos de pavimento, hasta en la nieve permanente del Famatina que unos binoculares acercaron a nuestros ojos maravillados, desde una terraza envidiable.

LA IGLESIA

No queremos ser irreverentes, pero la Misa a la que asistimos un fresco domingo a la tarde, en Chilecito, posiblemente no nos sirvió de nada.
Porque no pudimos participar del Sacrificio. Porque nuestra atención y nuestros ojos se iban, muy a pesar nuestro, a todas partes. A las butacas, mezcladas con bancos de iglesia atetastadas de feligreses; a los altavoces colgados en las paredes altas y vacías y al escenario, un escenario con altar, imágenes, ornamentos e intimidades sacras puestos a la vista.
Es claro, fuimos a misa y entramos adonde nos dijeron que era la iglesia. No nos dieron más explicaciones. No sabíamos que, circunstancialmente, los actos del culto se cumplían en una sala cinematográfica porque demolieron el viejo templo para levantar otro nuevo.
Un templo distinto este, de líneas ambiciosas y que será el orgullo de los chileciteños del futuro. 'La Catedral' decían algunos con tono profético. Una iglesia como la que se merece Santa Rita, la Patrona...
Porque ahora, en la esquina desierta en la que se levantaba la vieja iglesita de campaña, frente a la plaza, sólo hay un baldío que llama a la generosidad y a la comprensión de todo un pueblo que, como toda comunidad, acoge múltiples opiniones, algunas disonantes pero fundamentalmente unidas en la fe y en la amorosa veneración a su Santa Patrona.

SAMAY HUASI

Nos invitaron a pasear por Chilecito para que conociéramos los flamantes caminos pavimentados que llevan a sus distritos aledaños.
Partimos hacia Anguinán y entre viñedos, curvas y desvíos, fuimos a dar, sin proponérnoslo, a Samay Huasi. A esa maravillosa casa de descanso de Joaquín V. González, en la que la bondad de Dios y el ingenio de los hombres pusieron tantas bellezas. No se puede entrar sino con temeroso respeto a este refugio de los sueños y la evocación. Allí, todo es silencio, magnificencia y muda lección. Desde las habitaciones de la casa solariega, convertidas en museo, hasta el gesto pensativo y profundo del monumento blanco enclavado en el cerro bienamado y vecino de los siete sabios y del portal con reminiscencias helénicas.
Quizás por ello resulta tan rara, tan disonante, la presencia por las avenidas floridas de Samay Huasi de gentes disfrazadas de turistas que hablan a gritos, esgrimen máquinas fotográficas como pistolas y posan con desenfado irrespetuoso junto a todo eso que, para riojanos y chileciteños, - en esto nunca divorciados - es objeto de respetuosa veneración.

DOS CAMINOS LARGOS

Después de un puente respetable, de esos que por su sola presencia se convierten en cosa a mostrar a los visitantes, llegamos a Los Sarmientos. Un distrito que posee, para su orgullo, una capilla antiquísima en la que recibió las aguas bautismales el primer general argentino, don Francisco Antonio Ortíz de Ocampo.
Desde aquí partimos a Famatina por una larga cinta asfáltica que baja de un cerro que treparse luego, con terquedad de línea recta, sobre su contrincante de enfrente.
Por ella avanzamos. Con la aguja del velocímetro siempre por sobre los cien kilómetros y sin sentirlo casi. Salvo en nuestros oídos martillados, de a ratos, por la 'puna'.
"Aquí descienden los aviones cuando alguien importante viene a Chilecito", se nos acotó. Nosotros escuchamos en silencio, pensando sólo en dónde terminaría ese camino largo y recto que parecía ascender al cielo.
Casi sentíamos la necesidad de sacar el pie del acelerador para no llegar de súbito, y caer al vacío. Vanos temores. Cuando llegamos arriba nos esperaba un cartelón de Vialidad de la Nación que decía: "Despacio. Desvío. Camino en construcción", y que nos arrojó, sin piedad, a una huella de piedras y arenas homicidas.
Ante cambio tan brusco, sólo pensamos "en el camino ancho que lleva al Infierno y en el escarpado y difícil que conduce al Paraíso".
Y por el segundo llegamos, si no al Paraíso, por lo menos a Famatina, que en verano debe tener, sin duda, algo de celestial.

Y FAMATINA

Una sorpresa después de cada curva. Sauces llorones a la vera del camino y nogales. Una enorme cantidad de nogales grises y coposos. Quizás sólo esto sea Famatina para quien va de paso.
Una cosa nos llamó la atención: el monumento del centro de la Plaza.
Una especie de pirámide de piedras, con un farol al tope. Buscamos leyendas o inscripciones y no las encontramos. No queremos pecar de irónicos, pero nos pusimos a pensar que éste era, simplemente, el monumento al Foco.
Y lo consignamos con afán reivindicatorio. Porque después supimos que allí hubo un busto del General San Martín que se cayó y que nunca fue devuelto a su pedestal.



No hay comentarios:

Publicar un comentario