DESDE ARRIBA Y HACIA ADENTRO... - La Nación, abril de 1967

INTIMIDAD

Esta Rioja de veranos ardientes es una ciudad sin árboles. Los pocos que ostentan sus veredas son tímidos, alicaídos, vencidos por el sol y la sed. Moreras de frutos tintos que tiñen las aceras o naranjitos enclenques que se apoyan en los muros para no caerse...
Sin embargo, La Rioja es verde. Está casi escondida debajo de un manto de verdura oscurecida, que disimula patios y jardines, borra medianeras y pelea con el rojo de las tejas y el brillo espejeante del zinc de los techos.
Basta ascender a una terraza o asomarse por un balcón, de esos indiscretos que se abren hacia la intimidad de los vecinos, para descubrir a La Rioja interior.
Parrales, datileros, higueras, trepadoras santarritas y hasta algún sauce llorón, de esos que nacieron a la vera de las viejas acequias, hoy cegadas, recortan sus siluetas sobre el fondo morado, rosado o verde del cerro riojano, que aparece siempre ante los ojos del que mira desde arriba.
Apenas si las primeras casas altas se animan a competir con estos árboles de 'adentro', amamantados con mangueras nocturnas. Sólo los cables del teléfono, la 'luz' y la TV se animan a hacerles cosquillas en sus copas.

ALTILLOS

Mirar La Rioja desde una de las ventanas de la Casa de Gobierno es agradable tarea matutina que cumplen, casi con rigor, los periodistas riojanos.
Desde allí es posible descubrir varias cosas, la geometría de los canteros de la plaza principal, los gatos y los gorriones que atraviesan los tejados en sorda lucha ancestral y los altillos. Una cantidad increíble de altillos 'céntricos' con pretensiones de coquetos pisos altos unos; desvencijados y llenos de trastos, otros.
Cuando se los mira, los ojos se tornan indiscretos y buscan la "serpiente de mar" de Alejandro Casona. Lamentablemente sólo encuentran cajones, botellas, muebles viejos... todo eso que desde la calle y desde abajo, no se pueden adivinar.

LA ÓPERA II

Súbitamente este nombre se apagó en los labios de los riojanos. Porque 'La Ópera' se ha cerrado para siempre. Y con ella, un largo capítulo del vivir ciudadano.
'La Ópera' no era una confitería de paso, donde se podía comer o beber como ausentes, sino cobijo, peña, comité. Lugar para conversar, para amar y para 'conspirar'.
Por las mañanas sus mesas eran prolongación de los 'estrados de la justicia'. Abogados, jueces y fiscales debatían allí, hermanados, y en compañía de 'un cafecito', todos sus problemas.
Por las tardes, en sus mesas callejeras, los contertulios de siempre, don Luciano, don Hermani y varios más, ocupaban sus sillas invariables, garantidas por los años.
Hoy, sus parroquianos caminan por la plaza, se ubican, incómodos, en otras confiterías, permanecen unos pocos minutos y salen... Otra vez a caminar, a pasearse por frente a los muros muertos de la Ópera.
"Parecemos exiliados", decía uno de ellos. "Nos han desparramado y no tenemos dónde juntarnos".

HERIDA

Un día, una cuadrilla de hombres con sombreros echados sobre los ojos, comenzó a cavar una zanja larga y profunda, frente a Los Filtros.
Otro día, una semejante comenzó a romper las baldosas del veredón de El Tajamar, con un cantarino y monótono repiqueteo de martillos.
Y la zanja angosta y honda empezó a reptar por la ciudad, a subirse a las veredas, a dar vueltas caprichosamente en las esquinas, a llenar de tierra los Tribunales, el Club social, los Bancos...
Miramos y sólo vemos salir tierra negra y cabezas de hombres con palas enarboladas como banderas.
Y averiguamos. Dicen que servirá para guarecer un cable de alta tensión.
A nosotros nos gustó más pensar en el hilo de Ariadna. Tal vez si lo seguimos, encontremos la corriente eléctrica que tanta falta hace a La Rioja y que, para colmo, se pierde cuando llueve o corre viento.
Por ahora, la ciudad muestra una zigzagueante herida sin cicatrizar.

VIGILANTES

Se habían perdido de las calles. Solamente se los veía pasar a ciertas horas y hacia cualquier parte. O en los actos públicos.
Pero un buen día reaparecieron. Parados en las esquinas, sin temor a los autos, pito en boca y brazos en cruz, haciendo 'las delicias' de los conductores.
Pantalón y gorra azules, camisa y corbata celestes.
Y cartuchera y correaje blancos, níveos... tan blancos que dan ganas de pararse a buscarles alguna manchita.
Los vemos y despiertan simpatía en nosotros. Casi diría que nos despiertan el recuerdo de esos chicos de antes, vestidos de marineros.
Marineros con revólveres negros en blancas cartucheras bajas.

COPIAPÓ

En 1817, a un coronel riojano, don Nicolás Dávila, se le ocurrió la patriótica idea de ayudar al Libertador en la gesta heroica.
Y para ello organizó, junto con Zelada, una expedición auxiliar que cruzó los Andes y, sorpresivamente, tomó Copiapó.
Importante contribución, por cierto, para la titánica obra sanmartiniana.
De esto hace 150 años. Los riojanos de hoy quieren emular la hazaña. Quieren ir a Copiapó por la ruta sanmartiniana. Para ello, la Junta de Historia y Letras y el gobierno provincial han dispuesto coordinar esfuerzos. Cruzarán los Andes por el mismo paso que usaron los libertadores, llegarán a la capital de Atacama y revivirán las horas de tiempos más heroicos.

TÚNEL

Dicen las historias que desde el Departamento Central de Policía, instalado hoy en la vieja casona del gobernador Bustos, frente a la plaza 9 de Julio, parte un túnel que tendría tres bocas de salida: una en el Correo, otra en esa casa feudal que fue sede del Concejo Deliberante y una tercera en la casa que mandó construir para sí el Dr. Joaquín V. González.
Quién los hizo, por qué y para qué es un misterio, por lo menos para nosotros, aún no revelado.
Un túnel que recorre como serpiente unos metros de suelo riojano es linda historia que conviene guardar.
Tiene sabor de montoneras, de persecuciones, y de fugas.
Más que todo naciendo donde nace, en esa casa señorial y rara a la que se sube por una escalinata para llegar a su planta baja y desde la que parte otra, que no lleva a ninguna parte. O sí, al techo.
Porque quizás en ninguna otra casa haya una escalera más teatral que esa. Es una escapada por el foro. Subimos, esperamos desembocar en otra planta y de buenas a primeras nos damos con los techos.
¿Al gobernador Bustos, como a nosotros , le gustaría, desde arriba, mirar interiores o habrá construido esa escalinata para llegar con solemnidad de gobernador a su mangrullo?
No sabemos, pero también desde allí se puede mirar a La Rioja, desde arriba y hacia adentro.

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