LAS LOMADAS Y LOS RÍOS - La Nación, octubre de 1966

EL TAJAMAR

Un conocido personaje popular, de esos que ambulan por las calles dando color y sabor al paisaje, nos decía una vez, muy seriamente, que "si La Rioja hubiese sido fundada en el campo" aquí no haría tanto calor y se podría gozar de las delicias de las brisas y de los arroyos cantarinos.
Y en tan singular afirmación, debieron influir inconscientemente el pavimento y el Río Tajamar.
El primero, porque según dicen los que conocieron a La Rioja 'de antes', aquí y en el largo verano hace calor  no por razones de solsticio, sino por obra y gracia del asfalto, que recibe el calor del sol y lo expande, como un inmenso espejo cruel.
Y el Río Tajamar, ese río seco que ciñe a la ciudad por el Oeste y por el Norte, con un largo abrazo de arena.
Es claro que este río también fue joven y tuvo agua. La suficiente para deslumbrar al Fundador, en complicidad con el cerro que hoy lleva su nombre.
Fue a los hombres a quienes se les ocurrió cegarlo con una presa y desde entonces, las correntadas se quedan en el Dique de los Sauces. Y del orgulloso río de Don Juan Ramírez de Velasco, sólo queda un avergonzado cinturón de arena, vencido por los barrios de allende sus riberas y por la impiedad de las gentes, que lo humillan con basura y desperdicios.

CUANDO EL RÍO SE ENOJA

Pero como todo coloso vencido, también él, de vez en cuando, se enoja y crece y con sus rugidos convoca a su vera a los riojanos niños. Y rasgándose las vestiduras a las que lo amordazaron con defensas inútiles, que no entienden que no es fácil atajarlo cuando vuelve por sus fueros.
Antes, las defensas eran bordos. E ir a 'los bordos' un paseo apetecido. Por los niños y por los novios, aunque por muy diferentes razones.
Pero la ciudad avanzó y se llevó por delante los bordos y sobre ellos se construyó una baranda de cemento y un murallón y hasta se esbozó una avenida, que debía llamarse 'Costanera' y que tal vez algún día llegue a serlo, en la medida en que se haga realidad algún espejismo.
Lo que no se entiende es por qué se llama 'Tajamar' a este río, pese a estar convencidos de lo arbitrario de los nombres.
Quizás se trate de una metáfora que le debemos a algún marino con añoranzas o al mal uso de un argentinismo. Preferimos lo primero. Es más poético. Río Seco o Tajamar es, simplemente, lo que José María Paredes dice de todos los ríos de La Rioja: "cicatriz arenosa", "tatuaje amarillo" porque a todos los riojanos les pasa lo que al poeta:
"Cada vez que me enfrento/ a la palabra río,
pienso en las cicatrices arenosas/ de los cauces vacíos,
ávidos de humedad, sin tránsito/ y sin rumor y brillo movedizo".

LA RODADERA

Por la calle Joaquín V. González, 'derecho', se llega a La Rodadera. Un río "con ímpetu de toro embravecido" en verano y con alegría infantil en todo lo que resta del año. Porque este río malo, que cuando crece sale de madre y arrasa con ranchos y labranzas, es también manso como un perro grande cuando los niños de La Rioja lo visitan. Para ellos tiene toboganes y escondrijos, lecho muelle y una escenografía bien montada, que les permite sentirse protagonistas de una serie de 'cowboys'.
Los riojanos grandes no pueden hablar sin nostalgias de La Rodadera, testigo de sus andanzas siesteras y un poco olvidada por los chicos de hoy. Quizás porque ellos leen los diarios. Esos diarios que en todos los estíos les hablan de crecidas, desbordes y defensas arrolladas y que les han cambiado el genio bueno de su lámpara maravillosa, por un ogro odioso y destructor.

EL PARQUE LLACAMPIS

Para 'ver' a La Rioja hay que ir al Parque Llacampis. Ese pedazo de faldeo de la montaña, con estatuas, pileta de natación, jardines en ciernes y vegetación autóctona.
Porque el parque que perpetúa el nombre indio de este valle es eso y además... olvido.
No queremos decir con esto que van allí los que buscan olvido, en actitudes propias de suicidas románticos, sino que está olvidado. Por todos. Por los que deben hacer de él el mejor paseo de La Rioja y por los que ignoran que la vida también es poesía y contemplación y miran a su ciudad desde abajo y nunca desde arriba, como deben mirarla.
Sólo los jóvenes le son fieles. Y de maneras distintas. Unos dirigen hacia él sus caminatas y paseos de fin de semana.
Otros, en cambio, han descubierto que 'las rabonas' más lindas se hacen allí arriba, mirando a la ciudad extendida a sus plantas y grabando sus nombres en piedras y cortezas. Aunque tan ancestral costumbre les acarree, a veces, serias dificultades.

LA REPRESA

A alguien, no interesa a quien, se le ocurrió, una vez, que cuando llueve en La Rioja se pierde mucha agua. Y esto es importante porque lo que aquí falta es precisamente eso, agua.
Y para aprovechar la bendición del cielo, que en esas ocasiones corre presurosa y abundante por calles y barrancos hacia 'abajo', se pensó en juntarla en una represa. Que se construyó camino al Aeropuerto y se bautizó con el nombre glorioso de un hombre de mar: ¿Almirante Brown'.
Desde entonces, y de esto hace años, se ve desde lejos un muro de tierra parda que se levanta, como pantalla gigantesca, hacia el Este de la ciudad. Y que por caprichos de los técnicos o vaya a saber por qué, lo único que no junta es agua.
Tan fallida resultó para los riojanos la esperanza de la represa que, socarrones y poseedores de heredado gracejo, afirman que "cuando La Rioja se inunde, los que se salvarán del desastre serán los que busquen refugio en la represa".

UN CERRO BLANCO

Hay un cerro díscolo, que no quiere ser de piedras ni  estar vestido con el sayal de todos. Por eso es blanco, Pero su blancura no es de nieve, como la del Famatina, sino de caolín.
Cerro arañado constantemente por picos y palas, muestra a los que continuamente pasan por el camino al Dique de Los Sauces, sus entrañas lastimadas y los caminitos por donde bajan, lentos e indiferentes, los burros que, en bolsas, transportan el caolín.
Es claro que esto de explotar una mina de caolín, aunque con medios rudimentarios, no tendría nada de particular si estuviera ubicada, como todas las minas, en la montaña inhóspita.
Pero esta es una mina aristocrática, puesta precisamente en el centro del barrio veraniego de los riojanos y lugar de cita de cuantos visitas a estas tierras.


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