DE LAS QUINTAS A LAS MANZANAS - La Nación, noviembre de 1966

EL LINYERITA

Debajo de un árbol coposo y en pleno Barrio Ferroviario, hay un túmulo sin pretensiones, apenas unos cuantos ladrillos coronados por una cruz, que recuerda a los viandantes que allí murió una persona. Un 'linyera', según la tradición. Pero esto no tendría nada de original, si la ingenuidad de las gentes no lo hubiera convertido en un mito. Uno más de los muchos que tiene La Rioja, quizás por afloramiento del alma india que perdura en la inocente idolatría de algunos coterráneos de hoy.
Al 'Linyerita' se le hacen promesas, se le tributan 'ex-votos', se le encienden velas todos los lunes - 'día de las ánimas' - y hasta se le 'donan' guardapolvos y útiles estudiantiles, en prueba de agradecimiento, después de un examen feliz.
Nuestra curiosidad nos llevó hasta allí. Había flores humildes en frascos diversos, señales de muchas velas derretidas y dinero. Y por cierto que preguntamos quien 'administraba' los bienes del Linyerita, a lo que una jovencita del barrio nos respondió: "Y... nadie, señor. A esa plata se la llevan los otros linyeras".
Y pensamos en la importancia del espíritu gregario, tan ausente, a veces, en los riojanos.

FLORES DE TUSCA

La primavera en La Rioja es un duendecillo travieso. Tal vez el mismo al que las leyendas populares llaman el 'Humapailita', responsable de cuanto siniestro ocurre en los hogares. Así, se divierte comenzando cualquier día, muchos antes de lo que le indica el calendario y vistiendo de rosa a los lapachos de las plazas y aromando las calles con el penetrante perfume de los azahares de sus naranjos tradicionales. Primavera anticipada esta del duendecillo, que pinta de rojo la nariz de los riojanos alérgicos, que la reciben llorando como si se hubiese iniciado no la estación de las flores sino la de las lágrimas.
Pero este año trajo algo más. Una enorme tusca en flor, que asoma por sobre una tapia estatal, de esas que se construyen para que los riojanos se olviden de que detrás quedó una obra pública inconclusa y que, frente a la plaza, regala el espectáculo de sus flores amarillas y redondas, como frágiles copos de oro.
Y está bien que esté allí, porque la tusca es algo así como la flor provincial de los riojanos. Joaquín V. González le dio carta de provincianía en su dulce canción, aquella que de niños se aprende en las escuelas y que dice: "Vengo del monte y traigo/ flores de tusca/ para tu altar".
Tusca ciudadana esta que no hay que ir a buscarla en el monte, sino al lado de la Casa de Gobierno.
¿La habrá colocado allí el duendecillo porque a él también le "dijo un sabio/ que es flor que enseña/ a sentir y amar?".

PANGO

Si don Jacinto Benavente hubiese sido riojano y no madrileño, habría podido ubicar la acción de la primera escena de 'Los intereses creados' en el canal - que no río - que divide a La Rioja en dos ciudades, "la antigua y la nueva, una a cada lado del... canal".
La antigua es esta, de casas grises y chatas, de veredas angostas y de pavimento lleno de baches mal arreglados, como corresponde a toda ciudad que se precie de tal. Y la nueva, la del otro lado del canal, la que se llama con modestia 'Barrio Tres de Febrero'. La de las casas con jardines floridos en sus frentes, techos rojos y edificios públicos humanizados por el dolor y el amor de las gentes que los frecuentan. Y con una flamante parroquia, construida por el vecindario y puesta bajo la advocación de Nuestro Señor y Nuestra Señora del Milagro. Devoción salteña trasplantada y que echó hondas raíces en el barrio.
Antes era solo quintas y naranjales. Y en una de aquellas hizo sus primeras armas el único dramaturgo riojano, Luis María Cáceres, con un 'circo' al que los niños tenían acceso abonando sus entradas con botones.
Pero el progreso le cambió el nombre y dejó de llamarse Pango y de estar ubicado detrás del canal, para ser ahora 'Tres de Febrero' y nacer en una avenida, la Juan Facundo Quiroga, que aceptó la compañía del canal en su tortuoso recorrido, que la acompaña a escondidas, por debajo, como esas jovencitas presuntuosas que se avergüenzan del padre viejo y campechano.
Ahora Pango empezó también a vestir las galas del asfalto y a enterrar su polvo debajo del concreto. Junto con él ¿también enterrará su nombre?

NUEVA SIRIA

Otra vez el capricho de los nombres. Los barrios, como las personas, tienen, de niños, nombres familiares, afectuosos; pero de grandes, cuando lucen el cuello duro del asfalto, se avergüenzan del pasado y buscan seudónimos que los hagan famosos.
Y los nombres viejos languidecen en los labios de los de 'antes' y los nuevos restallan en las bocas de los jóvenes.
Así, quienes vivían detrás de las vías del ferrocarril, lo hacían, simplemente, en el barrio Matadero, 'tras la vía', sin preposición y en singular.
Pero una vez a un sirio con nostalgias se le ocurrió hacer un loteo y surgió pujante un barrio con reminiscencias orientales y nombre propio: Nueva Siria.
Y el nombre de Matadero se fue arrinconando y achicándose ante este otro sin connotaciones de arrabal.
Aunque es cierto también que pronto los riojanos se tomaron su venganza. Y resolvieron 'acriollarlo' bautizando a su calle principal con el nombre de un coterráneo ilustre: Carmelo B. Valdés.
Y por si fuera poco, para asegurar más 'su soberanía' sobre esta ínsula le pusieron al lado un nuevo barrio con riojanísimo nombre: Joaquín V. González.
Sólo nos queda una duda. Los riojanos que viven en Nueva Siria ¿serán riojanos o neosirios?

VARGAS

Vargas es una sola calle larga que no quiere hacerse ciudad. Y en donde las últimas quintas con árboles frutales pelean con el pavimento y con los 'challets' de líneas extrañas que le quieren quitar su alfalfares, sus huertas y sus famosas naranjas de ombligo.
Porque es verdad que todavía en las siestas de invierno se puede ir a Vargas a comer naranjas. O muy de mañana, 'al alba', como se dice por aquí, a tomar leche 'al pie de la vaca'.
Por allí, todavía se 'visten pesebres' de Navidad y se va en busca de aire fresco, en las noches agobiantes del verano riojano.
Mas este paraje, casi bucólico, en los fines de semana se cubre de gritos y de brazos como astas de banderas y de banderas enarboladas al tope de los gritos. Y todo ello porque Vargas tiene también un estadio de fútbol, con tribunas de cemento y césped verde y altas columnas rematadas por flamantes y poderosos reflectores que, muy pronto, llenarán también sus noches de goles y denuestos.
Este es el otro Vargas. El que ya aceptó algunos puentes sobre los lechos de sus ríos secos y muy a su entrada, el atropello de un barrio en ciernes, con casas de líneas modernas y monobloques enormes, como cubos perforados.
Cuando Vargas deje de ser una sola calle larga y empacona, los riojanos tendrán que entonar un réquiem para sus últimas quintas.
Esas que todavía se debate 'por no hacerse manzanas'.

LA REPÚBLICA

La avenida Castro Barros nace en una heladería del boulevard Sarmiento y se extingue, como una inmensa 'T' de brazos abiertos, exactamente en donde los vecinos del barrio han erigido un busto al congresal riojano cuyo nombre ostenta.
Este de la avenida, es un barrio de riojanos 'guapos'. Pero no guapos de cuchillo, sino porque gustan lucir el antónimo de 'flojos'.
Ellos, de puro guapos, embellecieron el barrio, le pusieron iluminación a gas de mercurio y levantaron la sede de su club de fútbol. Que sin ello no hubiera sido barrio.
Y aquí comenzó la historia. El entusiasmo, la euforia, el pregusto del triunfo los llevó, una vez, a renunciar al nombre preclaro, para atravesar su avenida con un hermoso cartel que decía "República de Tesho". Riojanismo este que significa Tesorieri. Así se llama el club.
Pero como a buenos futbolistas, la suerte le hizo una 'gambeta' y un buen día ganó el campeonato, no Tesorieri, sino San Lorenzo de Vargas.
Y entonces, como por arte de encantamiento, apareció otro letrero que decía: "Cayó la República".
No podía ser para menos, Don Pedro Ignacio de Castro Barros fue siempre monárquico.

UNA CIUDAD AL REVÉS

El 10 de noviembre de 1966 ha de pasar a figurar, sin duda, entre las fechas históricas del municipio riojano.
Porque ese día, aún no sabemos en virtud de qué secretas razones de tránsito, se puso la ciudad al revés con el cambio de mano de sus calles.
Para fundamentarlo, se argumentó la obligatoriedad del giro a la derecha en las plazas. Y lo que ocurrió resultó de lo más original. Si bien es verdad que ahora, en la Plaza 25 de Mayo, se gira en sus cuatro esquinas hacia la derecha, en la 9 de Julio debió imponerse en las cuatro cuadras que la rodean la doble mano, ante la imposibilidad de hacerlo como en la otra. Y todo porque la ubicación de la primera, en relación con la de la segunda, así lo imponía. Es claro que esta solución estaba dada de antes, de mucho antes.
Con el cambio nada se ha logrado en bien de la comunidad. Sí, en cambio, una situación de molesta irritación en automovilistas y peatones que, de la noche a la mañana, deben variar sus hábitos y exponerse a contratiempos y accidentes, hasta lograr nuevos reflejos.
Pero hay más. Se cambiaron las 'manos' pero no las marcaciones indicadoras de paradas de ómnibus, estacionamientos permitidos o vedados, lugares de cruce de calzadas, etc. Y aunque en La Rioja hay solo tres líneas de ómnibus, hay muchas personas que las usan.
Y esas personas que ya deben padecer las molestias propias del viaje en estos vehículos, sufren ahora la de no saber dónde ni cómo tomarlos, si saltando por sobre los automotores que clausuran las aceras o esquivándolos en medio de la calzada.
El intendente inventor del cambio renunció contemporáneamente con su efectivización. Y se fue. Detrás de él solo quedó una gran molestia y la sensación de algo sin sentido, que se impone por la fuerza y que ya ocasionó víctimas y accidentes.
La comuna  riojana, con medidas menos espectaculares pero más efectivas, podría velar ciertamente por la tranquilidad y la salud mental de los capitalinos.
Porque en esta ciudad, hasta no hace mucho famosa por su tranquilidad, ya es casi imposible vivir y dormir. Se han confabulado para ello las decenas de motocicletas de escapes siempre abiertos y las bocinas de los automovilistas, estridentes a toda hora, como consecuencia del cambio de mano.
Tanto es así, que en los colegios ubicados en el centro de la ciudad ya es casi imposible dictar clases.






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