DICIEMBRE, MES RIOJANO - La Rioja, diciembre de 1966

COYOYOS

Un riojano en el exilio es un riojano con nostalgias. Y viven exiliados los que se fueron de sus lares en procura de mejores horizontes.
Por ello, cuando vuelven en verano, en diciembre justamente, traídos por San Nicolás o por las fiestas, buscan saborear las primeras uvas pintonas, respirar con fruición el aire seco y cálido de estos días navideños y dormir 'afuera' protegidos del rocío por una sábana y mirando las estrellas infinitas de este cielo.
Y sueñan. A veces toda la noche, con la infancia lejana, con lo que La Rioja fue en sus años mozos y saboreando recuerdos se duermen, hasta que los despierta el frío amanecer y el canto de los coyoyos - ¿o coyuyos? - estridente, punzante, como estilete sonoro, que perfora los oídos y obliga a despertar.
Una noche de sueño y ensueños truncada por una orquesta chirriante de coyoyos enamorados, anunciadores de un día de mucho calor o, como dicen los paisanos, "de que está por madurar la algarroba".

PESEBRES Y VILLANCICOS

Diciembre es un mes riojano, aunque La Rioja cumpla años en mayo.
En diciembre se juntan las fiestas grandes de San Nicolás, el Encuentro y la Procesión, con los pesebres y la Nochebuena.
Motivos más que suficientes para congregar a todos los riojanos. A los que se fueron y vuelven y a los de aquí.
A todos, bajo la protección tutelar de San Nicolás, entronizado en sus corazones, y en los pesebres, esa piadosa costumbre que pone dulzor en las bocas y paz en las almas.
Los pesebres "se visten" para la Nochebuena y con alguna pausa de significación litúrgica, se mantienen hasta el día de Reyes.
Y los riojanos, organizados en 'pacotas', guitarras al hombro y armónicas en mano, visitan los pesebres.
El de Lezano, en la calle Alberdi; el de Chazarreta, en pleno corazón de Vargas; el que se arma dentro del panzudo tronco hueco de un palo borracho, en la última cuadra de la calle Rivadavia... y muchos más. Tantos cuantos la devoción de unos o el espíritu fiestero de otros lo permitan.
En ellos compiten el ingenio y la habilidad. El Nacimiento del Niño Dios se reproduce con sabor local y en él lucen desde las frutas primerizas hasta las vainas de algarroba y los juguetes más diversos.
Y las noches riojanas se llenan de villancicos, tradicionales o de reciente creación, que se cantan con cadencia ondulada, aquí en la ciudad, o con ritmo saltarín por La Quebrada y Cochangasta.
Y además de los cantos existen los convites. Esas atenciones a manera de brindis que los dueños de casas con pesebres ofrecen a las visitas. Es claro que no a todas. Sino a aquellas de relevancia. Que por lo general no llegan en pacotas, sino en autos, que no cantan y que tienen la fineza de saludar a los anfitriones.
Precisamente para ellas suele haber una cerveza fresca, una limonada o un vaso de 'aloja' tímidamente ofrecido, como pidiendo disculpas por esa lealtad a la tradición.

LA CRUZ

Un dedo índice señalando hacia el cerro y un turista que adopta poses de vigía para ver lo que le muestran, suele ser escena repetida en las calles de La Rioja.
El visitante debe 'descubrir' en el morro cercano, una cruz que se recorta sobre el azul del cielo. Dos líneas oscuras, de pocos centímetros, que le cambiaron el nombre al Cerro Morado - ahora se llama Cerro de la Cruz - y que son meta de esforzados 'velasquistas'.
La historia comenzó en 1937, cuando el Regimiento 15 de Infantería colocó en la cima de ese cerro una cruz de medianas proporciones. Entonces, para verla desde abajo, había que tener ojos de lince.
Después, en 1958, el Club 'Las Águilas' organizó una expedición para reemplazar la vieja cruz de palos por otra con armadura de hierro y de mayor tamaño.
Doce metros de altura y seis en su travesaño harían posible su contemplación desde el valle ciudadano. Y por la Quebrada del Alumbre ascendieron en procesión, llevando sobre los hombros los pesados tramos de la nueva cruz, un grupo de jóvenes y un sacerdote novel, hoy Párroco de la Catedral. Y también catorce burros, cargados con carpas, vituallas para tres días y herramientas.
Arriba, a 2.200 metros sobre el nivel del mar y a 1.800 sobre la Plaza 25 de Mayo - ¿podrá decirse así? - con sólo el cielo y las cumbres por testigos, se celebró una misa y se plantó una estación radial transmisora que, en cadena con la radio local, tuvo por tres días electrizados a los riojanos con los relatos de sus 'águilas' - un locutor, un subteniente y un sacerdote -.
Desde entonces la Cruz obtuvo carta de ciudadanía. Difícilmente un riojano deje de mostrarla a las visitas y por cierto que sufre cuando una nube indiscreta no le permite vanagloriarse con la altura a que está colocada.
En esas circunstancias, sólo anhela que algún día exista el camino que permita a todos visitarla.

FILA INDIA

A la una de la tarde, de los días hábiles, la Casa de Gobierno semeja un enorme monstruo, de caparazón roja y múltiples bocas por las que arroja no fuego como los dragones de los  cuentos, sino personas.
Por una de ellas son arrojados los ruidosos, los que tienen motocicletas. Aquellos que, no bien pisan la calzada, desaparecen veloces y rugientes.
Por otras -¿bocas o puertas?- devuelve a la vida a una cantidad inverosímil de mujeres, azules, verdes, amarillas, según la oficina en que trabajan.
Pero es la una de la tarde y a esa hora y en diciembre, el sol riojano es despiadado. Por eso, hacia el Norte y hacia el Sur, hacia todos los puntos cardinales, por las calles Mitre, 25 de Mayo y Buenos Aires, largas filas indias de empleadas provinciales que buscan el hilo de sombra que brindan los techos más altos.
Filas azules, verdes, amarillas, según el sentido estético del jefe que impuso el color de los respectivos guardapolvos.
Es claro que a veces la monotonía se rompe con alguna sombrilla chillona o un tímido termo rojo, casi escondido debajo de un brazo.

CUCHACO

Dicen que en La Rioja no llueve. Y esta es una verdad a medias.
No llueve con frecuencia, pero cuando lo hace, lo hace con tozudez, con rabia, como si quisiera desquitarse del tiempo perdido.
Y la lluvia, en La Rioja, tiene casa con nombre.
Porque no cualquier tormenta de esas que se insinúan con trenos y relámpagos, serán "chubasco resuelto", como dice Lugones en su 'Salmo Pluvial'.
Sino solamente las que nacen en Cuchaco, ese rincón del Velasco ubicado a pocos kilómetros al sudoeste de la ciudad y en donde, además, hay vertientes y mosquitos.
Pero es así y los riojanos lo saben. Cuando relampaguea para el lado de Cuchaco, la lluvia es segura.
Entonces, hay que sacar las plantas caseras al patio, guardar la jaula de los pájaros, levantar la ropa de las sogas y poner una vasija para juntar agua de lluvia. Que, según las niñas de antes, la cabeza debe lavarse con agua de lluvia y no con estos "champús de ahora" que "hacen caer el pelo".

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