ESDRÚJULAS EN LA RIOJA -La Nación, agosto de 1966

EL SOL

Los afiches murales tienen la virtud de mostrar a los hombres tales como son... o como desearían ser.
Como los hombres, los hay violentos y avasalladores, tímidos y acariciantes. Aquí, como en todas partes, los primeros vagabundean por las calles, invitándonos a comer, a beber, a todo... Los otros, en cambio, se encierran en los muros oscurecidos de las oficinas públicas, invitando, tímidamente, a pagar los impuestos o a pasear por lugares exóticos. En las nuestras hay uno de éstos que trasunta la idiosincrasia de los riojanos.
En él, sobre un fondo azul intenso, se ve un sol, amarillo y juguetón, dibujado como al descuido por un niño con aficciones de pintor. Y debajo una leyenda: 'El sol pasa el invierno en La Rioja'. Y lo pasa, es verdad, pero afuera y no en las oficinas oscuras, calefaccionadas por tímidas estufas eléctricas y perfumadas por el vaho excitante de obligado mate cocido de media mañana.
Y es claro. Como el sol no sabe de promociones publicitarias, se desparrama por las calles, se arremolina en las esquinas y junta jubilados, turistas y 'filósofos', convencidos todos de que es mejor "conversar al solcito". Al cobijo de este solcito, dicho así, con tono acariciante y cantito popular.

EL CANTO DE LAS ESDRÚJULAS

Agudas, graves y esdrújulas suelen darnos trabajo en las escuelas.
Y cuando jugamos a hacernos los franceses, lo más indicado es acentuar como agudas todas nuestras palabras. Y mientras oíamos a un grupo de esos que se juntan a conversar 'al solcito' y que a la pregunta de "qué hacen" responden "... y, aquí estamos", pensamos en lo que le ocurre a nuestra solemne lengua castellana aquí, en La Rioja, donde se juega a las esdrújulas. Y en donde, tomate y naranja, pesebre y Velasco, se pronuncian en buen riojano, acentuándolas en la primera sílaba.

LA RETRETA

Pero donde es posible apreciar mejor la cadencia del riojano es en la retreta de la Plaza. De la Plaza por antonomasia, que es la 25 de Mayo, la que Ramírez de Velasco delimitara con su espada y en cuyo centro plantó el rollo de la justicia. Allí hay veredones ycdiagnolaes de primera y de segunda. Quienes van a 'la Plaza' deben efectuar su paseo de ritual por el veredón frontero a la recova del Club Social. Los demás no están 'en la Plaza', sino en sus otros sitios con nombres propios: 'la Fuente', 'el veredón de la Catedral', etc. Y los que quieren escuchar las ejecuciones de la Banda de Policía han de formar círculo alrededor del proscenio construido para los músicos, convertido en atracción permanente de los niños, posiblemente por su similitud con una torta de cumpleaños, con sus columnas de iluminación a manera de velitas gigantescas.
Pero la institución riojana así llamada 'la Plaza' exige pasearse desde una esquina a la otra del paseo de moda. Dar vueltas, mirar, saludar y hasta lucir galas no comunes, para espantar al vecino o despertar su envidia... Y allí nuestras jovencitas, de cadenciosa tonada esdrújula, rinden corazones, ponen desazón en los briosos ánimos de los muchachos o, simplemente, pasean su belleza lozana, con olor a azahares en primavera, cubierta por la helada brisa del Velasco en invierno o desembozada en sus inquietantes soleros en verano, que para eso en La Rioja el calor es intenso y la moda... universal.

LAS MESITAS

Sin embargo, la plaza, esta Plaza amorosamente rodeada por la Catedral, la Casa de Gobierno, el Palacio de Justicia y el Club Social, es algo más que el Paseo de Moda. Es el centro neurálgico de la ciudad, hacia el que todos los riojanos dirigen sus pasos en cualquier época del año. Y en verano, acogedora y familiar, ofrece un espectáculo poco común, a cuyas tácitas normas hay que habituarse para ser un riojano cabal.
Allí y en los veredones que la rodean las confiterías colocan sus mesitas. Docenas de mesitas para los parroquianos de siempre y para aquellos que circunstancialmente llegan a La Rioja. Y entonces se entabla la lucha con 'los mozos', blanquinegros maratonistas, que deben atender a una mesa en esta esquina y a otra en la media cuadra. Y cuando cruzan la calzada en busca de vituallas, esquivar automóviles con sus bandejas como escudos, en elocuente demostración de habilidad circense.
Bandejas repletas de bebidas sin alcohol, de emparedados y de rubio vino riojano, servido 'por vasos', que es como se debe servir. Porque llevar una botella a 'una mesita' sería orgía y no amable pasar el rato. Sobre todo si, junto con la refrescante bebida que ingerimos, miramos un programa de televisión.
Pues mesitas y comercio, que es decir competencia, son una sola cosa. Debe atraerse clientes y para ello no basta la calidad y abundancia de lo que se sirve. Hay que dar algo más, como lo hizo un lúcido propietario de una de estas confiterías, que tuvo la singular idea de instalar un televisor en la Plaza, para solaz de sus favorecedores. Y así, mientras la Banda ejecuta 'Aída' o la 'Marcha del Desierto' en su promontorio exagonal y una red de altavoces hace poco menos que imposible permanecer en ciertos lugares, un televisor, encaramado sobre un quiosco en el que se venden revistas, muestra las viejas contorsiones de Carlitos Chaplín o las aventuras de El Santo.

VINO RIOJANO Y EMPANADAS

Cuando un grupo de riojanos se sienta a una mesa de confitería, no necesita cruzar palabras con el mozo. Este sabe, por anticipado, que debe servir sendos vasos del rubio o moreno vino del Oeste o de Sanagasta. Vasos, o copas si así lo exige el 'savoir faire', que por detalle tan insignificante a ninguno se le ocurriría discutir.
Y el vino, de catorce grados de graduación alcohólica, mete duendes en la sangre, desata las lenguas, engendra las risas y después de dos o tres vueltas... ¿quién se acuerda de las prioridades, las oscilaciones de la moneda y todas esas cosas de las que hablan los diarios?
Del vino hecho sangre nacen poetas y pintores. Por eso La Rioja tiene tantos y tan buenos. Porque la tierra consumida en el vino les bulle en las venas y se les escapa, amorosa, por entre los dedos.
Sin embargo, cambian las cosas cuando a mediodía, el vino viene acompañado con empanadas, ese manjar tan nuestro y apetitoso que una estudiante norteamericana, al preguntársele qué le gustaría llevarse de la Argentina,exclamó: "¡Oh, un camión con empanadas!".
Cuando un riojano ha dado la primera dentellada a una empanada frita y ha sorbido el primer trago de vino, ya está en condiciones de dialogar de política, de arte, de lo que deberían hacer los estadistas para arreglar el mundo y, a veces también, de la mujer que acertó pasar por la calle, reflejando su garbo en la vidriera.
Y La Rioja, en los domingos, se convierte en una enorme olla de empanadas. De sus zaguanes, de sus negocios, de las ferias que instalan los estudiantes en clubes y paseos, rezuma un violento aroma a frituras y a picantes.

LA SIESTA

Empanadas y vino nos han hecho olvidar al sol. Bueno es volver a él a la siesta y en el invierno, a sentarnos en un banco de la Plaza.
'Tomar sol' le llama a esto la gente. Y así como los habitantes de un pueblo se dividen en nativos y extranjeros, los 'tomadores de sol' lo hacen en riojanos y turistas.
Los dueños de casa lo toman como al descuido, a la sombra soleada de un árbol y sin exponer la cabeza a sus rayos, porque 'resfría'.
Los otros lo desafían de frente, con hambre guardada y cubiertas las cabezas con diarios o revistas.
El riojano toma el sol nerviosamente, pese a su fama de tranquilo, urgido por algo que quizás, tenga que hacer.
El turista, en cambio, lo recibe abandonado, laxo, como si hubiera llegado al fin de la lucha.
Porque, evidentemente, es cierto aquello de los afiches de que "el sol pasa el invierno en La Rioja".



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