RIOJANO Y... - La Nación, diciembre de 1967

VICHIGASTA

La visita presidencial movilizó a los riojanos. Baches, pozos y paredes indiscretas desaparecieron como por arte de magia. Y los comercios que venden pinturas deben haber quedado, seguramente, desvalijados. Que no hay razón para andar mostrando las pequeñas miserias, comunes a todos, cuando hay tantas cosas más importantes para ver.
Contagiados por esa fiebre, corrimos nosotros también hacia Vichigasta. Allí, el Presidente tendría su primer contacto con La Rioja interior.
Y llegamos dos horas antes. Queríamos verlo todo. Preguntando primero a un lugareño dubitante y luego a una señora que, aturdida por el apuro, nos atendió con la cara brillante de crema antiarrugas y en vistoso salto de cama, llegamos a una plaza enclaustrada, que guarda con su abrazo de paredes y verjas el mástil con la bandera al tope, un monumento a la madre, avenidas y diagonales en ciernes y la iglesia, un pequeño templo blanco, acogedor y añejo.

SAN BUENAVENTURA

Sobre una mesa colocada en el atrio, tomaba sol una imagen de medianas dimensiones, ataviada con sacerdotales ornamentos rojos, bordados en oro y luciendo mitra de plata. Ella, al igual que el cura y sus visitas - dos monseñores - y el pueblo todo, esperaban...
"¿Quién es?", preguntamos apostados frente a la imagen. "¡San Buenaventura!", nos contestó con sorpresa el director de la escuela lugareña, que también se asoleaba abrigado con un poncho y rodeado por un grupo blanco de niños en espera.
¿San Buenaventura?, seguíamos preguntándonos a nosotros mismos, un poco avergonzados por nuestra constatada ignorancia. ¿Qué hacía en Vichigasta el ilustre personaje que, según la tradición, fue curado por San Francisco de Asís?
Y fue el mismo director quien nos sacó de la duda: "La merced de Vichigasta fue comprada al Rey de España con varas de lienzo tejido con algodón cosechado aquí por los antiguos habitantes, en 1632. Más o menos cien años después, los jesuitas trajeron esta imagen".
Y ratificó su histórica referencia con este indiscutible juicio de autoridad: "Así se consigna en la Recopilación de Leyes de Indias".
Periodistas al fin, lo anotamos sin comentarios y seguimos mirando. Niños con altas varas de flores artificiales andaban de un lado a otro, apresurados por terminar con los detalles. La visita era inminente.
En tanto, cuatro tinajones de barro, puestos como al descuido en el atrio y sus alrededores, ponían regusto de 'vino patero' en la plaza nueva y sugerencias evangélicas en el ambiente tibio.

NONOGASTA

En ninguna parte, como en Nonogasta, la tierra es tan madre. Allí fructifica y florece en vides, porque sus cerritos aledaños, nombradores de la villa, son dos 'nonos', es decir, dos pechos de mujer elevados hacia el cielo que avisan, desde lejos, a los viajeros la presencia del pueblo que ostenta su nombre: Nonogasta...
No pudimos ver la villa ni la casa natal de Joaquín V González. Nuestras anotaciones de viaje sólo consignan dos observaciones imprecisas.
Una, que nos recuerda que las calles de Nonogasta estaban frescas de agua nueva y otra, que es un reconocimiento a la cortesía del comisario del lugar, quien puso a nuestra disposición sus conocimientos, su teléfono y su escritorio.
Escritorio que, por un instante, sufrió 'el atropello' desordenador de un grupo de periodistas apurados.

SANTA FLORENTINA

A 1.380 metros de altura sobre el nivel del mar se siente un leve martilleo en las sienes y se tragan bocanadas de aire azul. "Es la puna" nos dijeron. Quizás. Nosotros somos montañeses y lo atribuimos al sueño y a la fatiga del viaje.
Santa Florentina es la historia muda y elocuente de un abandono.
Sus galpones, maquinarias, chimeneas, murallones y 'pircados' fueron construidos por una compañía inglesa para arrancarle el oro y la plata al Famatina. En 1922 se fueron - coletazo de los tratados de postguerra -, y todo quedó allí convertido en abandono. Los hornos, posteriormente inutilizados, las valiosas máquinas cubriéndose de polvo y herrumbre, las piedras prietas de metal precioso y los socavones... Sólo el Nevado azul verdoso, con su blanco copete de nieve permanente, convertido en testigo insobornable de la ruina y la pobreza.
Y sobre los muros de piedra y cemento de este coloso abatido, una negra cruz de madera abre sus brazos protectores.
Nos extrañó su presencia. Y preguntamos,  Y restallante saltó la leyenda, cargada de superstición y de miedo.
Ahí estaba desde antes. Cuando los ingleses construyeron los basamentos de los muros, pretendieron retirarla y murió un hombre.
Después y desde entonces, cada vez que se la quiere sacar, ocurre una desgracia: "Nosotros tenemos que cambiarla de lugar, pero para hacerlo lo invitaremos al párroco, para que la traslade él y la bendiga".
Y la cruz de Santa Florentina, que simboliza amor y caridad, espera. Espera poder proteger con sus brazos a los hombres de trabajo, a aquellos capaces de roturar de nuevo el cerro.
Cuando esto ocurra, en el cerro se habrá despeñado el miedo.

EL GRILLO

En Chilecito hay un grillo que no es grillo. Porque el Grillo chileciteño es un 'comedor a la  carta', como se llaman a los comedores que poseen un cartón recubierto por una opaca hoja de plástico que permite adivinar, más que leer, los consabidos nombres de platos que siempre "se han terminado". Como los ravioles de 'El Grillo'.
Cuando, en el almuerzo tardío, uno se animó a pedirlos, los demás nos sumamos a la aventura y entonces ocurrió lo inesperado. Hubo una media docena de ravioles para los dos madrugadores. Para los restantes, sólo un largo silencio pletórico de interrogantes. hasta que la confesión final puso comentarios chispeantes en la mesa.
En esta mesa de El Grillo, que debería solicitar permiso a Nalé Roxlo para llamarse 'El Grillo' y 'Claro desvelo', porque aquí las noches son cortas y los desvelos largos.
Y según dicen, no se puede afirmar que se conoce a Chilecito si no se ha sido "armado caballero del vino y la guitarra", en este mesón, con mesonero pequeño, moreno y saltarín... como un grillo.

EL CAMINO NUEVO

Cuando nos aprestábamos a dejar el camino pavimentado para hundirnos en los badenes que anuncian la cercanía de la Cueva del Chacho, nuestro vehículo continuó rápido por el flamante tramo recientemente asfaltado.
Y entonces, los Mogotes Colorados se mostraron distintos, lejanos, huidizos, como enormes y caprichosas tortas de cumpleaños puestas en fila en el horizonte cambiante.
Nos gustó el cambio. nos sentíamos como en casa nueva.
Aunque lamentamos haber perdido la Cueva del Chacho.
El nuevo trazado la dejó a un lado. Lejos del camino, Para verla hay que salir de la ruta y entrar por un camino lateral.
Y lo sentimos al vivo. Hemos ganado kilómetros, pero hemos matado una leyenda.

DE LAS CALLES

En La Rioja no vivimos en la calle Tal o Cual, sino "a la vuelta de la casa de fulano", o en la esquina "del parque", o un poquito antes de llegar al bulevar, "cerca de lo de mi tío".
Por eso, recientemente, cuando hubo que anotar el nombre de las calles por donde pasaría el cortejo presidencial, nos vimos en apuros para ubicar la Avda. Vicente Almandos Almonacid o la calle Presidente Kennedy.
La primera porque en el habla popular y corriente, esa avenida que perpetúa la memoria del heroico aviador riojano, se llama 'camino al aeropuerto'. Sus siete kilómetros despoblados le han arrancado el nombre.
Y la segunda, porque sigue llamándose '8 de diciembre' a esta calle que va del Tajamar al puente del ferrocarril y que, según dicen, antes era la calle de la Virgen.
Cuando esto ocurre, pensamos ¿no será posible dejar que las calles se llamen siempre del mismo modo?

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