POR ESQUINAS Y PORTALES - La Nación, Setiembre de 1966

"AL MUERE EN COCHE..."

Jorge Luis Borges cantó en uno de sus poemas a la tragedia de Barranca Yaco. A esa tragedia de traición, de sangre y de cuchillo, en la que, para muchos, comienza la frustración de los riojanos. Juan Facundo, como bien dice el poeta, iba "al muere en coche", ya que, advertido de la posibilidad de la emboscada que lo esperaba, no renunció al viaje. Por el contrario, la enfrentó desde la diligencia y a pecho limpio, en un fatídico 16 de febrero.
Muchos años han pasado desde entonces y del suceso quedan el recuerdo doloroso y la diligencia.
Guardada, casi dejada de lado en un pasillo lateral del Museo Histórico de la provincia, está allí, sin ruedas, sin pinturas y sin honras. Camino, ella también, al "muere en coche", al igual que el Museo que la guarda.
El de los cardones como centinelas y las puertas cerradas. O casi cerradas, porque se abren, a veces, en los días hábiles. Falta de recursos oficiales, ya que generosidad en los miembros de su Comisión Directiva, sobra.
Lo cierto es que, riojanos y turistas, las más de las veces deben conformarse con mirar desde afuera, el glorioso pasado que se guarda adentro.

DON QUIJOTE

Hubo una esquina en La Rioja, con dinero, dolor y sin 'Don'. Porque en ella se dieron cita hace tiempo, un Banco, un sanatorio y un restaurant, el que no vaciló en cambiar el nobilísimo 'Don' del caballero manchego, por el plebeyo artículo 'el'.
Por la mañana transitaban por ella los riojanos que deben pagar sus cuentas y, por la tarde, en horas de consultorios, los que buscaban aliviar sus dolencias.
Quizás por eso al dueño de la confitería de marras, se le ocurrió bautizar a su 'mesón' con el nombre ilustre 'El Quijote'. Y posiblemente después de muchas cavilaciones, tantas como las que tuvo el señor Quijada de la historia cervantina, para elegir el suyo.
Sin dudas, en esa esquina hacía falta Don Quijote. Para deshacer entuertos y curar heridas con ungüentos milagrosos, para salvar de sus penurias a muchos de los que por allí andaban.
Y el Quijote riojano, que no era riojano sino italiano, porque sus especialidades eran las pastas, estuvo ahí, tranquilo y penumbroso, adornado por escenas quijotescas pintadas por un joven y prestigioso artista local, refugiado en una antigua casona a la que el viento y la lluvia le descubrieron una intimidad. Intimidad de la que se enteraron muy pocos de los que por allí transitan, pues que para ello hay que mirar al cielo y no a la tierra.
Arriba, casi a la altura de la cornisa, tenuemente, reapareció un letrero que dice: "Máquinas de coser y victrolas a plazos".
Don Quijote desenterró las armas de sus bisabuelos.
Los riojanos de la era de la electrónica ¿tendrán que exhumar las 'victrolas' de sus antepasados para no desmentir al viejo cartel?

LA ESQUINA DE LOS SUEÑOS

Y ya que hablamos de esquinas, bueno es que nos refiramos a otra, la de la Casa de Gobierno. La que a toda hora convoca a una concurrencia ya habitual que mira y mira, no sabemos qué.
Allí, de espaldas a la pared, los hombres, manos en los bolsillos, contemplan en éxtasis, la pequeña puerta privada por donde entran y salen las autoridades provinciales.
Cuando los vemos, pensamos en los sueños que se cuelan por esa puerta y suben las escaleras reservadas en procura de concreciones. Y nosotros también miramos y nuestras miradas tropiezan con un policía amenazante, enfundado en severo traje de fajina.
Es posible sí, que los hombres miren a ese otro hombre con pistolas que pone hielo en sus esperanzas. Pero también es cierto que por esa esquina desfilan las riojanas.
Y entonces a contemplación y las miradas, cambian de rumbo. Se detienen en una sonrisa cautivante o se van detrás de las cadencias de unos pasos sin apuros.
Y como "los sueños, sueños son", estos 'habitués' de la esquina de la Casa de Gobierno - ignorados admiradores de Calderón de la Barca - responden con sus plantones a la filosófica pregunta del gran dramaturgo español.
¿Qué es la vida para ellos? Pareciera que, en verdad, no es más que "un frenesí, una sombra, una ficción".

J.V.G.

La monotonía de la arquitectura urbana se rompe en la calle Rivadavia al 900. Hay allí una casona que parece un castillo arrancado de un cuento de hadas o fugado de un grabado medieval.
Casa o castillo, lo cierto es que sus muros almenados nos obligan a mirarlos, a suponer, a esperar que desde atrás aparezca un caballero con armadura y en actitud de atisbo, oteando el horizonte.
Es grata tarea mirar esta casa feudal, con torres y ventanales ojivales, con una fuente que ha perdido el agua y el color y una escalinata de mármol, lamentablemente destruida, que nos ubica en el portal. Portal amplio, de dos hojas artesonadas que nos flanquea el paso hacia un zaguán original, con estatuas negras de caballeros con armaduras.
Y arriba, en el frontispicio interior, un monograma: 'J.V.G.' - Joaquín V. González - porque esta casa fue construida, a fines del siglo pasado (XIX), precisamente para este preclaro riojano.
Aquí, imaginamos, soñó también el Señor de Samay Huasi y en su castillo feudal debió sentirse caballero invencible de las lides por la Patria. O simplemente trovador, cuando entonaba entredientes su dulce Vidalita Riojana.

VISILLOS

Los chileciteños no son riojanos. Son... chileciteños. Y aunque Chilecito sea la segunda ciudad de la Provincia, sus habitantes han de mantener siempre esa diferenciación ancestral.
Riojanos y chileciteños, sin embargo, 'hermanos separados' por un cerro - el Velasco - mantienen en común y con constancia, permanentemente encendido el culto por los hombres de esta tierra, que hicieron grande a la Patria.
Por ello hemos avanzado sin temor por sus feudos al hablar de Don Joaquín y ahora nos atreveremos un poco más adentro, hasta su misma Casa Parroquial, la que, frontera a la plaza principal, ofrece refugio y paz interior.
Pues bien, los vidrios de las puertas de esa Casa lucían visillos de blanco lino, adornados en su centro con la efigie bordada que reproducía, no el rostro de la Patrona de Chilecito, Santa Rita, ni de ningún otro santo, sino, con chambergo y todo, el del General... Bartolomé Mitre.

UN PASITO MÁS ATRÁS

A las casas de la calle Rivadavia el progreso las va empujando, como a los pasajeros de los transportes colectivos, un pasito más atrás.
Y se les ocurre esto por estar ubicadas en una calle con pretensiones de avenida, que nace en la Estación del ferrocarril y muere en el murallón que defiende a la Ciudad de las crecidas del Río Tajamar.
Sin posibilidades de extenderse a lo largo, porque para ello tendría que dejar a los riojanos sin tren o expuestos a una inundación estival, ha querido hacerlo a lo ancho. Y para ello las casas deben cederle terreno.
Esta calle siempre fue presuntuosa. Antes del asfalto, cuando su afirmado era de piedras, tenía sobre su costado norte dos franjas graníticas, como rieles, por las que hacían equilibrio coches de plaza y automóviles 'a bigote'. Y como había que buscarle un nombre a esas huellas pétreas, los riojanos las denominaron 'las trotaderas', aunque quizás hubiera sido más acertado llamarlas 'las reposeras', porque solamente transitando por ellas descansaban las vísceras de los pasajeros del castigo que significaba andar en vehículos por sobre piedras redondeadas.
Pero esto es historia.
Hoy, la calle Rivadavia, logró poner en sus nuevos sitios a las casas de algunas de sus cuadras y, para que olviden el despojo, se adornó con columnas de iluminación de gas de mercurio. Pero claro, en sólo las dos cuadras que merecen llamarse Avenida.
Pero quedan las otras, las que se resisten a serlo. Las que van empujando hacia adentro sus viviendas, una a una, dándole un aspecto original de guarda incaica, a sus veredas.
Porque entran y salen. Y la casa que se retrae deja al descubierto, a veces, la intimidad de la que todavía no pudo hacerlo.
Calle-avenida esta, la del ferrocarril, por donde entran las visitas y se van los riojanos. Antes, deslizándose suavemente por 'las trotaderas' y después, bañados por la difusa luz blanca de su nueva iluminación, anticipo de las deslumbrantes luces de Córdoba o Buenos Aires.
Porque este es el problema grave: el éxodo. Constante. Irrefrenable. Como sangre que sale sin apusa de una vieja herida no cicatrizada.


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